En el XX aniversario de la muerte de Roberto Murillo Zamora. Algunos recuerdos en sus propias palabras.
Guillermo Coronado Céspedes
I. DATOS BIOGRÁFICOS
Roberto Murillo Zamora nace un 15 de enero del 1939, en San José. Fallece el 4 de septiembre de 1994, en Sabanilla de Montes de Oca, víctima de un fulminante cáncer de hígado. En ese entonces le sobreviven su esposa Ángela Valverde, fallecida en 2014, y sus tres hijos, María del Rocío, Catalina y Martín.
Cartaginés por adopción desde sus 12 años, cuando se instala en esa ciudad para emprender estudios secundarios en el Colegio de San Luis Gonzaga, 1952-1956. Su estadía en el Colegio coincide con los cinco años en que el Lic Alejandro Aguilar Machado dirige la institución, cuyo impacto cultural Roberto reconoce a lo largo de su vida.
En la remembranza que sigue, se toman, principalmente, fragmentos de los ensayos periodísticos de Roberto Murillo, recogidos parcialmente en sus libros Estancias de pensamiento (1978), Segundas estancias (1990) y Páginas escogidas (1993), para ejemplificar los hechos más significativos de su vida personal y académica. También se hace uso de documentos de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica.
Su “ser cartago por adopción” y su residencia en la vieja metrópoli, quedan patentes en los dos fragmentos citados a continuación:
“Luego pensé que yo pensaba esto porque, al fin y al cabo, no nací en Cartago, y tengo frente a sus cosas una doble visión: la externa y la interna”. (Murillo, 1990, p 172)
“Viví en Cartago entre los doce y los veintiséis años, desde los días del robo de la Virgen de los Ángeles hasta la última gran inundación del Reventado”. (Murillo, 1990, p 173).
Por otro lado, la importancia de su educación en el Colegio de San Luis Gonzaga, la expresa en lo que sigue.
“El 7 de marzo de 1952 ingresé en el Colegio de San Luis Gonzaga, con la más seria de las actitudes posibles, a cursar mi segunda enseñanza. Lo normal es hacer estudios en aquella institución, el liceo más antiguo del país, por vivir en Cartago. A mí me ocurrió lo contrario: mi familia se trasladó a Cartago para que yo estudiara en ese colegio, aún prestigioso” (Murillo, 1990, p 55).
“Hicimos nuestra segunda enseñanza en el Colegio de San Luis Gonzaga bajo la dirección de don Alejandro Aguilar Machado, en los años cincuentas ya tan distantes, en discreto ambiente provinciano, según las adustas normas de un Cartago hidalgo todavía, con olor a leche recién ordeñada cuando no se había levantado aun la niebla de la mañana” (Murillo, 1990, p 153).
“Aunque la disciplina prusiana de la época de Lachner se veía matizada por el humanismo de Aguilar Machado, se dio siempre una sorda y provechosa tensión entre el principio de autoridad, transmitido en la palabra castelarlana de don Alejandro, y la indócil picaresca juvenil: estalló el conflicto con aquel acto escénico en que nosotros, estudiantes salientes, representábamos de manera francamente bufa un consejo de profesores, donde se daban escenas poco edificantes; eso nos valió no recibir el título, en latín y pergamino, en el acto solemne acostumbrado, sino en forma expeditiva y burocrática” (Murillo, 1990, p 153).
El impacto de la Universidad de Costa Rica, y su reforma del 57, es objeto de análisis más detallado. En efecto, 1957, ingresa a la Universidad de Costa Rica con la intención de realizar estudios de ingeniería y ciencias exactas; pero finalmente se inclina por la Filosofía (Murillo, 1978, p 16). Muy probablemente, esta escogencia se debe al impacto de los nuevos Estudios Generales de la Reforma de 1957. Roberto recuerda el evento y su contexto de la siguiente forma:
“Quienes ingresamos en la Universidad, en marzo de 1957, no hicimos examen de admisión: fuimos recibidos académicamente, no pedagógicamente, por Rodrigo Facio y José Joaquín Trejos, al inaugurarse la Facultad Central de Ciencias y Letras y los Estudios Generales” (Murillo, 1990, p 65).
Y amplía su descripción del tipo de enseñanza a que se enfrenta en el contexto de la Reforma universitaria de ese momento pivotal en la historia de la Universidad de Costa Rica.
“Por un lado todos los días, a eso de las tres de la tarde, escuchábamos una conferencia magistral de Constantino Láscaris, Salvador Aguado, Carlos Monge o Gustavo Santoro. Y, en el grupo K al que yo pertenecía, teníamos clases prácticas, dedicadas a desarrollar el contenido de las conferencias, con Teodoro Olarte, Rose Marie Karpinsky y Virginia Sandoval. Los miércoles, …, asistíamos a una “actividad cultural”, en mi caso apreciación musical, con Carlos Enrique Vargas. Siempre horizontes nuevos. Búsqueda de la formación; por medio de la información ordenada y jerarquizada. Sorprendente síntesis, sí, pero exigencia de análisis. Adopción de una actitud crítica personal frente a los demás problemas de la cultura. Confianza en que lo fundamental y permanente ilumina lo particular, la existencia y la circunstancia” (Murillo, 1990, pp 65-66).
Posteriormente forma parte de la pequeña, pero brillante, primera generación de estudiantes del programa autónomo de estudios de filosofía, que se puso en marcha en 1959 bajo la dirección del Lic. don Teodoro Olarte. Anteriormente, los estudios filosóficos eran parte del programa de Filosofía y Letras según una estructura curricular universitaria que regía desde su fundación, a inicios de la década de los cuarenta.
Vale la pena recordar que, según la Crónica de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica,(1) , Roberto gana el primer premio de un concurso convocado por La Nación, 1961, cuyo tribunal en filosofía era conformado por Abelardo Bonilla, Constantino Láscaris y Teodoro Olarte. Ese primer premio suponía un pergamino y mil colones. El segundo lugar correspondió a Elizabeth Odio Benito.
A inicios de la década de los sesenta, Roberto participa en el Programa de loos Cursos Experimentales de Filosofía en la Enseñanza Media, en el Colegio de San Luis Gonzaga en Cartago (2). Quien esto escribe fue parte de uno de los cursos, el cual no culminó debido a conflictos entre el director del colegio de San Luis Gonzaga, Lic Fernando Runnebaum y Roberto quien, como parte del Círculo Alejandro Aguilar Machado, trataba de impulsar grandes transformaciones en dicha institución con el fin de que Cartago se convirtiera en una Segunda Atenas, según recordaba con vehemencia Roberto.
Se gradúa de licenciado en filosofía, en 1964, con una tesis sobre Bergson titulada Comunicación y lenguaje en la filosofía de Bergson. Es el primer graduado del programa de filosofía independiente del Departamento, según lo señalado antes. El plan de tesis y el trabajo de investigación lo emprende bajo la tutela de don Teodoro Olarte. “… en 1961, don Teodoro, como Director del Departamento de Filosofía, organizó el régimen de tutoría académica. Los alumnos debían escoger un profesor tutor y encontrarse con él una vez por semana según horario, para discutir un libro de filosofía. Escogí a don Teodoro y planee con su ayuda y dirección una tesis sobre la Comunicación y el Lenguaje en Bergson.” (Murillo, 1993, p 49).
Inicia su carrera como profesor en 1962, en el Departamento de Estudios Generales. Luego en el Departamento de Filosofía, ahora Escuela de Filosofía.
En julio de 1965, Viaja a Francia -por dos años y medio-, para realizar estudios doctorales, en la universidad de Estrasburgo. Se graduá en 1967, el 31 de octubre, con una tesis sobre la noción de causalidad en Bergson. Por su brillantez, recibe un ”trés honorable”, y es homologada como tesis complementaria, válida para la obtención del Doctorado de Estado Francés. Su director de estudios fue George Gusdorf.
La publicación de dicha tesis, La notion de la causalité dans la philosophie de Bergson, (3) en la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, en número enteramente dedicado al texto de la misma-, le valió el otorgamiento del Premio Nacional de Ensayo, Aquileo J. Echeverría, en 1969.
En 1975 se le otorga su segundo Premio Nacional de Ensayo por su ensayo Antonio Machado. Ensayo sobre su pensamiento filosófico.
Recibe el Premio Jorge Volio, del Colegio de Licenciados y Profesores, en 1991. Los galardonados, según anuncio de la Rectoría de la Universidad de Costa Rica son los catedráticos Roberto Murillo, Edgar Roy Ramírez y Arnoldo Mora. Roberto lo recibe por su libro de 1987, La forma y la diferencia. El premio se otorga anualmente, pero rota cada cuatro años para diferentes disciplinas, entre ellas filosofía.
En febrero de 1988, el gobierno francés le otorga la condecoración de las Palmas Académicas, grado de Oficial,. En su ensayo “Memorias francesas”, del 17 de febrero de 1988 (Murillo, 1990, p 165), Roberto lo registra así: “Con esta sucinta memoria de mi relación con la cultura francesa, en las que tantas cosas entrañables he debido dejarme en el tintero, quiero agradecer al Gobierno de Francia y a su Embajador, la condecoración de las Palmas Académicas, en su grado de Oficial, que gentilmente me ha conferido”.
II. ADMINISTRACIÓN ACADÉMICA Y PÚBLICA.
Roberto Murillo desempeña importantes funciones académicas tanto en los ámbitos universitarios como públicos. Entre ellas destacan las siguientes:
Director de la Escuela de Filosofía. 1971-1973. De su paso por la Dirección de la Escuela de Filosofía disponemos de una carta-ideario dirigida a los profesores de la misma de enorme valor para comprender sus planteamientos académicos y perspectivas personales sobre el quehacer filosófico universitario. Se reproduce a continuación:
CARTA DEL DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO
Ciudad Universitaria “Rodrigo Facio”, a 1ª de setiembre de 1971
Señores
Profesores y estudiantes del Departamento de Filosofía
Muy estimados compañeros:
Al asumir la dirección “del Departamento de Filosofía deseo reiterarles mi agradecimiento por la confianza que han depositado en mí y pedirles consejo y ayuda en el logro de los objetivos que me he propuesto, respondiendo no sólo a convicciones particulares mías sino a necesidades reales del Departamento, expresadas en diversas ocasiones por profesores y estudiantes.
Si tuviera que resumir en una sola frase mis proyectos, tendría que hacerlo de la manera más simple y, a la vez, más ambiciosa: que en el Departamento de Filosofía se haga filosofía, y que se haga a un nivel académico óptimo. Esto, a primera vista tautológico, no lo es si se mira la situación de servidumbre en que se ha encontrado tan a menudo la filosofía respecto de… la teología, la ciencia, la técnica, las ideologías políticas, conservadoras y revolucionarias, la moral convencional o la simple voluntad de dominio. Son más bien excepcionales los momentos en que la filosofía ha respondido, en forma “franca y masiva” a lo que decía Anaxágoras de la vida: que es meditación, y la libertad que de ésta se deriva. Este carácter sustantivo de la filosofía, esta dignidad que la erige en núcleo de la cultura fundamental, en garantía de su unidad, hay que afirmarlo en nuestra Universidad. Si las especialidades universitarias deben estar referidas a un hondo humanismo de base, corresponde a la filosofía dar coherencia a este fundamento. Su misión en la universidad no es de ninguna manera la de adoptar una pose vergonzante -algo como lo que Hegel llamaba la “conciencia desdichada”- haciéndose pasar por otra cosa que por lo que en realidad es, para hacerse perdonar así una furtiva libertad de pensamiento. A los imperativos de “acción” y de “Proyección en la comunidad” hay que contestar con el texto tan citado y tan certero de Heidegger: “e! pensamiento actúa en cuanto que piensa”. Y tanto actúa, que por eso es a su libre desenvolvimiento a lo que más se le teme.
El día en que Uds., me hicieron el honor de elegirme, uno de los estimados compañeros manifestó preocupaciones por mi futura gestión administrativa. Supongo que aludía a algo que he sostenido en repetidas ocasiones: que la administración es un simple instrumento al servicio de la investigación y de la docencia superior. Con sobrados motivos he repetido que, entre nosotros, la administración ha sufrido una hipertrofia, en el terreno de los hechos y en el de los valores, que, desde luego, no la ha tornado más eficaz. Sus exigencias se imponen a menudo sobre los fines fundamentales de la Universidad, hasta el extremo de que el camino de la administración aparece, a menudo, como una carrera alternativa más apetecible que la de profesor e investigador. Yo tengo la convicción de que quien temporalmente se encarga de una función de gobierno universitario, debe ser ante todo eso: un investigador docente.
Si deja de serlo, dejará por ello mismo de comprender las verdaderas necesidades de los profesores y alumnos a cuya vida académica debe servir. Me parece, por otra parte, que una administración que, para ser eficaz, sea llevada al límite de su simplicidad, no es incompatible con que… el director siga siendo profesor universitario. Así las cosas, espero que Uds. comprendan una actitud que, guardado un orden indispensable que es más bien cortesía, desea realizar plenamente la libertad de cátedra y lo que un compañero llama la “libertad de pupitre”. Sabrán excusar también que el director formule un horario restringido de visitas, puesto que él tiene también tareas académicas.
Partiendo de esas premisas, voy a referirme a ciertos renglones, algunos de ellos ya muy avanzados en su realización, que han de merecer especial atención:
- El esfuerzo por alcanzar mejores niveles en cuanto a la investigación y a la docencia superiores merecerá estímulo y colaboración. No es exagerado decir, puesto que hay datos objetivos, que a nuestro departamento le corresponde un puesto entre los adelantados en el crecimiento cualitativo de la Universidad.
- El plan de nuestro doctorado académico, aprobado por el Consejo Universitario como un plan experimental que servirá para los estudios de doctorado futuros en conjunto, debe continuarse a través de los seminarios doctorales y de las tutorías hasta la confección de tesis que sean aceptables en cualquier universidad de prestigio. A los profesores que trabajan en este nivel debe dárseles el reconocimiento que merecen en cuanto a la justificación de sus contratos y al empleo de su tiempo.
- Se ha dicho, con razón, que la biblioteca es nuestro laboratorio. Un plan de doctorado supone una biblioteca enriquecida con las fuentes-clásicas antiguas y modernas en su lengua y en la mejor traducción, con los comentarios que se han hecho a su vez clásicos y con la bibliografía fundamental contemporánea de las diversas especialidades. En este terreno, se nos impone la tarea ineludible de asesorar a los funcionarios de la biblioteca, que siempre han estado en actitud de colaboración, para lograr que la sección de filosofía esté… a nivel doctoral.
- Nuestro departamento está dividido en áreas de especialización que orientan las preferencias de los profesores y equilibran el currículum de los alumnos. Estas áreas no son unidades académicas ni administrativas: el departamento como un todo lo es, en el sentido del Reglamento de Carrera Docente. Mis esfuerzos se encaminarán a hacer más flexibles los límites entre las áreas, partiendo de la unidad fundamental de la filosofía, y a superar cualquier problema de jurisdicción de las áreas como algo que simplemente no tiene sentido.
- Nuestros planes de estudio deben llegar a formularse a un nivel cada vez más universitario y cada vez menos escolar. Por ello quiero decir que los cursos que se ofrecerán cada semestre deben llevar el nombre concreto característico de un curso monográfico. Tales cursos serán el resultado de la investigación a que el profesor se dedique. Ello es posible, dado que no tenemos un currículum rígido, sino una amplitud, muy universitaria, de elección para los alumnos. Necesitaremos fijar, con todo, un número limitado de materias generales cuya aprobación sea requisito para inscribirse en los cursos y seminarios monográficos.
- Dentro de los planes de estudio, ofreceremos cursos de comentario de texto de filósofos griegos y latinos, reconociéndolos como parte de nuestro currículum de lenguas clásicas. Así se logrará que el estudiante de filosofía utilice para sus propios fines los conocimientos de latín y de griego.
- Pediremos a nuestros estudiantes el dominio de una al menos de las lenguas modernas extranjeras a nivel de bachillerato, y dos a nivel de doctorado, de acuerdo con los reglamentos. Insistiremos desde el inicio de la carrera en la imposibilidad de seguida con el solo dominio del castellano y, a través de las bibliografías, haremos presente a los alumnos la evidente necesidad de los otros idiomas. En particular, creo que no será difícil convencerlos de la utilidad del conocimiento de la lengua alemana para los estudiantes de filosofía.
- Hay que conceder atención a los estudios interdisciplinarios. Los estudios de “repertorio” lo son hasta cierto punto, pero creo que no debe abusarse en eso de ofrecer demasiados cursos del departamento como cursos de “repertorio”. En cambio, sería muy necesario proponer a las autoridades universitarias la creación de seminarios interdisciplinarios a nivel más bien alto, monográficos, con la participación de profesores y alumnos de distintos departamentos.
- En cuanto a las relaciones interdisciplinarias, conviene definir adecuadamente nuestras relaciones con los estudios generales. Sin duda una forma de colaboración con ellos consiste en el trabajo de los profesores que enseñan en ambos departamentos. Pero ésta no es la única, y no debe erigirse en principio: también el Departamento de Filosofía, como cualquier otro departamento de la Universidad, necesita y merece tener profesores de tiempo completo y de dedicación exclusiva. Cuando un profesor de nuestro departamento dirige una tesis doctoral de un profesor de Estudios Generales, cuando publica un libro que puede pedirse en una bibliografía en primer año, cuando dirige un seminario o cuando imparte un curso interdisciplinario, brinda una colaboración que se orienta en el sentido del crecimiento cualitativo de la Universidad.
- El Departamento ha de colaborar ampliamente con nuestra Revista de Filosofía, de prestigio internacional, que se acerca ya a los treinta números. Igualmente, la Asociación Costarricense de Filosofía ofrece una serie de actividades que, aunque oficialmente son completamente independientes del Departamento, permiten la amplia discusión pública y la necesaria confrontación de lo que otros hacen y de lo que hacemos nosotros en filosofía.
- Es de especial interés el propiciar un ambiente en que la comunicación de las ideas y las preocupaciones filosóficas adquiera amplia expresión. Que haya reuniones que no sean simple rutina administrativa: esto nos concierne a los profesores, pero desearía actividades como mesas redondas y debates. Allí podrían realizar los estudiantes algo esencial de la vida y de la inquietud universitarias.
- De muchas maneras puede el departamento servir en la formación de la conciencia universitaria. Una de ellas es la reactivación de la Cátedra Rodrigo Facio para Misión de la Universidad.
Otros muchos puntos irán definiéndose en diálogo con profesores y estudiantes. No me resta más que pedirles de nuevo su colaboración y ponerme a las órdenes de Uds.,
Atentamente,
ROBERTO MURILLO ZAMORA
Director del Departamento de Filosofía. (3)
La anterior propuesta programática tendrá que esperar pues Roberto acorta significativamente su período como Director de Escuela a unos dos años dados los acontecimientos académicos en la Universiad de Costa Rica, tal como se desprende del siguiente apartado.
Miembro de la Comisión Ad Hoc Organizadora de la Universidad Nacional. Un grupo de profesores de la UCR conformado por Roberto Murillo, Francisco Antonio Pacheco y Rose Marie Karpisky como su núcleo primordial, impulsaron, a inicios de los setentas, la idea de crear una nueva universidad en Costa Rica que continuara con los ideales universitarios propios de la Reforma del 57, esto es el humanismo universalizante, y al mismo tiempo limitara el cremimiento de la UCR. Recordemos que los problemas de la formación de los profesores de secundaria llevó a la creación de la Escuela Normal Superior -decreto ejecutivo 22 en diciembre del 67 y acuerdo legislativo en 1968, sancionado en ley el 12 de octubre del 68, en Heredia, institución paralela a la Escuela Normal de Costa Rica -1914-, por iniciativa de Guillermo Malavassi Vargas, ministro de Educación de la administración Trejos Fernández. Que en la siguiente administración, Figueres Ferrer, el ministro de Educación, Uladislao Gámez, consideró seriamente la creación de una universidad pedagógica a partir de las dos escuelas normales. Finalmente se llega a la propuesta de una segunda universidad, la Universidad Nacional. Estos eventos sirven de marco facilitador de la idea del antes mencionado grupo de académicos, al que en ocasiones se une el Padre Núñez, y el ministro de Planificación, Óscar Sánchez. Por el contrario, las propuestas del Congreso Universitario de 1971-1972, en la Universidad de Costa Rica, con su idea de un “único techo” para la necesaria expansión universitaria eran el obstáculo principal para la viabilidad de la nueva institución en Heredia..
Roberto hace reminiscencia del asunto en varios ensayos.
“Dos personalidades políticas, el Lic. Daniel Oduber, presidente de la Asamblea Legislativa en 1973, y don Francisco Morales, entonces ministro de Trabajo, jugaron un papel relevante en unir los tres factores antedichos y darles el apoyo de gobierno, sin el que nunca se habrían convertido en Universidad Nacional. Los tres primeros profesores universitarios involucrados en la elaboración de criterios académicos, en la redacción del proyecto de ley de creación de la UNA y en la selección de otros compañeros del sector docente, fueron los doctores Rose Mary Karpinsky, Francisco Antonio Pacheco y quien esboza este testimonio. A algunas reuniones asistió el Dr. Benjamín Núñez, sacerdote católico, quien, dada su camaradería con el Presidente Figueres, contaba con el calor oficial para ser nombrado rector. La Comisión Organizadora de la UNA, constituida por el rector Núñez, el Lic. Francisco Quesada, (uno de los más cercanos colaboradores del Padre Núñez), el ministro de Educación, Prof. Gámez, el de Trabajo, Sr. Morales, el de Planificación, Dr. Oscar Arias, los mencionados profesores, más el Dr. Rodrigo Zeledón y el Lic. José Manuel Salazar Navarrete, amén de un representante estudiantil, tuvo durante dos años el poder total, pues ejercía de Asamblea y de Consejo Universitario. En la práctica, el rector Núñez fue el absoluto depositario de los poderes divinos y humanos, pues cuando la comisión se dividió de manera profunda e irreversible, respecto del tristemente célebre proyecto “hacia la universidad necesaria”, logró inclinar la balanza a su favor, cuando el Consejo de Gobierno nombró al Dr. Arnoldo Mora y al Arq. Roberto Villalobos en la comisión, pues estos dos colegas lo apoyaron apasionadamente“ (Murillo, 1993, pp, 217-8).
Director del Instituto de Teoría de la Técnica en la Universidad Nacional. En la Universidad Nacional, Roberto Murillo ejerció la dirección del Instituto de Teoría de la Técnica (5), cuyo medio de difusión, Revista Prometeo, es pionero en el mundo en ese campo disciplinario. Este Instituto fue una gran idea del Dr. Constantino Láscaris. Lamentablemente su existencia fue muy breve.
Seminario de Estudios Filosóficos e Históricos del I.T.CR. En 1978, Roberto Murillo dicta la primera conferencia de filosofía en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, parte del Seminario de Estudios Filosóficos e Históricos. Este Seminario fue concebido como parte de la formación humanística y social que complementaba la necesaria formación tecnológico de los estudiantes. En el proceso de estructurar el Seminario, Roberto fue consultado y propuso una estructura de dos lecciones semanales y una conferencia quincenal. En ese año de 1978, Roberto dictó la primera de las conferencias del ciclo semestral. Esta modalidad se mantuvo hasta 1998 que se elimina la conferencia y se aumenta a tres las lecciones semanales, pero no por problemas curriculares de la propuesta original sino por razones de seguridad en el auditorio usado para las charlas. El Prof. Mario Alfaro Campos, en comunición personal nos dice al respecto. “Para iniciar el seminario de filosofía se le pidió recomendación a Roberto Murillo en cuanto a los contenidos y sugirió que debía incluir conceptos generales de filosofía e historia de los principales eventos científicos y tecnológicos, sugirió además, que se impartieran dos horas lectivas por semana y una conferencia cada quince días,… Un dato interesante es el siguiente, en setiembre de 1977, Roberto publicó una interesante columna en la página 15 del periódico la Nación intitulada “Ciencia y Humanismo”, los profesores de entonces la entregaron a los primeros estudiantes del seminario en el año de 1978 dicho artículo, además invitaron a Roberto Murillo a Inaugurar las Conferencias del Seminario. Así que Roberto fue el primer académico nacional en inaugurar esa aventura intelectual en el ITCR”.
Decano de la Facultad de Letras, de la Universidad de Costa Rica, del 22 noviembre 1977- 21 noviembre 1981. Dos fueron sus legados principales de la gestión de Decano: la lucha por el edificio de la Facultad de Letras y el libro Tres temas de filosofía (1982).
Del edificio de la Facultad de Letras, en su discurso en la inauguración, el 19 de noviembre de 1982, dice:
“Como Decano de la Facultad de Letras entre los años 1977-1981 puse todo mi esfuerzo y perseverancia en la construcción de este hermoso edificio. Al compartir con los colegas y estudiantes esta auténtica alegría académica, siento que hoy es la fecha más significativa de mi vida universitaria desde la Reforma de 1957. Establecer una relación orgánica y duradera entre las letras y el espacio, entre la lógica y la estética (en el sentido que Kant daba a estos términos), es un acto placentero de imaginación creadora. Sentir que el pensamiento se plasma en el espacio para darse su tiempo y ritmo, es disfrutar del poder actuante de la teoría” (Murillo, 1978, p 77).
En el caso de Tres Temas de Filosofía en el cierre de la “Nota Preliminar” del mismo, expresa que “Debo agradecer a la Facultad de Letras de esa Institución haberme permitido escribir este libro durante el tiempo en que ejercí el cargo de Decano” (Murillo, 1982, p 7).
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CONICIT). Forma parte del Consejo Directivo de esta entidad por dos períodos de cinco años, el primero de mayo de 1979 hasta el 30 de abril 22 de 1984; y el segundo del primero de mayo del 84 al 30 de abril del 1989. Se desprende que fue nombrado por las administraciones de Rodrigo Carazo y Luis Alberto Monge respectivamente, Desempeña la Presidencia del Consejo a partir de 1987, segundo en la serie de presidentes, cuando sucede al Dr. Rodrigo Zeledón, que pasa del Conicit al Ministerio de Cienca y Tecnología, en la primera administración de Óscar Arias Sánchez. Ejerce la Presidencia hasta 1989.
Miembro de la Academia de la Lengua. Propuesto desde 1981, se incorpora en 1990 hasta su muerte en el 1994. Toma la silla P, ocupada previamene por José Marín Cañas y posteriormente por Rafael Ángel Herra Rodríguez. El fundador de la Academia en esta silla había sido Roberto Brenes Mesén. Puede notarse la fuerte presencia de la filosofía en su historia.
El título de su discurso de incorporación fue “El Curioso Impertinente. (Variaciones filosóficas sobre un tema de Cervantes)” . Publicado originalmentde en la Revista Nacional de Cultura (6). Posteriormente aparece en forma de libro junto con dos ensayos más sobre Cervantes en Tres ensayos sobre el Quijote (1993).
Asociación Costarricense de Filosofía. Miembro y parte de la Junta Directiva en los puestos de Primer Vicepresidente y Presidente. Vicepresidente en la Junta Directiva instalada en abril de 1970, que encabezaba Guillermo Malavassi como presidente, Roberto Murillo como primer vicepresidente, Plutarco Bonilla como segundo vicepresidente y Constantino Láscaris como Secretario (7). Roberto Murilloo aparece como Presidente en 1974, pues en esa calidad representa a la Asociación en el III Congreso de Filosofía de agosto de ese mismo año.
Fue importante figura del Círculo de Estudios Alejandro Aguilar Machado desde 1956, año de fundación, hasta su partida para Francia a mediados del 65. No fue fundador pero sí su eje fundamental luego de ser invitado a ingresar por los fundadores. Poco después quedó como el paradigma de los ideales del Círculo. Roberto retoma la historia del Círculo, en su ensayo de 1989 en la página 15 de La Nación,, “El Círculo de Cartago”, incorporado posteriormente a su libro Segundas Estancias (1990). Se reproduce a continuación.
“El círculo de Cartago”
“Francisco Hernández Urbina fue inspector (lo que hoy se llama, con terminología poco feliz “orientador” en el Colegio San Luis Gonzaga, allá por el tiempo de la invasión soviética a Hungría y de la muerte del primer Somoza. Aquel culto profesor hondureño no se limitaba a anotar las ausencias a clase no a sancionar las libertades de los estudiantes en uso del uniforme, sino que explicaba la ilustración francesa, con actitud liberal, en las ausencias de los profesores de historia, o la teoría de la evolución, sin inhibiciones religiosas, cuando faltaba la profesora de biología. No entendía por qué los estudiantes de aquellos días, como los de hoy, éramos tan “poco leídos”, con tan escasa iniciativa para comprender y discutir los problemas de la vida y de la cultura. Sugirió que se creara un círculo de estudios en el que, libremente, los muchachos pudieran ejercer la curiosidad y la dialéctica y, siendo cartagineses, un poco también la ironía. Los que aceptaron la idea del profesor Hernández y echaron las bases – he aquí otra expresión de su agrado- del círculo de estudios que primero se llamó Alejandro Aguilar Machado, luego Mario Sancho y hoy escuetamente Círculo de Cartago, no sabían que estaban creando algo, si no para la eternidad, sí para una duración inusitada en este medio inconstante y olvidadizo.
El 30 de agosto de 1956, en casa de la estudiante Diana Masis Fernández, se reunió un considerable grupo de colegiales con mucho entusiasmo y menos perseverancia, al olor de la novedad, procedentes principalmente del IV año, para fundar el Círculo, según consta en actas que aún se conservan. John Saxe Fernández, hoy profesor de sociología en la UNAM, Adolfo Chacón Solano, ahora de la representación de Costa Rica en la ONU y Manuel Baldares Calderón, hoy economista, fueron los primeros líderes de aquella actividad. Muy pronto se definieron las reglas del juego: las reuniones eran semanales y, en cada una, un miembro del Círculo desarrollaba un tema prefijado, que los demás habían de discutirle. Con audiencia, los líderes hablaban a través de la radioemisora local y de la Radio Fides, usando como motivo las polonesas de Chopin y como lema de pensamiento y acción, difundiendo noticas culturales y planteando problemas comunitarios de Cartago. Y también ¡Peleando!, desdichadamente en primer término contra el mismo profesor Hernández, quien en aquellos días, de macarthismo retardado en nuestro paralelo, parecía comunista siendo liberal.
El Círculo de Estudios fue madurando lentamente, como sus asociados, que viajaron, entraron a la universidad, leyeron y discutieron, mientras descubrían el positivismo y el socialismo, el existencialismo y todo lo que el vasto mundo podía revelarles, en agudo constaste con el Cartago aldeano y conservador, de reuniones familiares en los entierros y entusiasmo por la predicación misionera, de cabalgatas y lances de honor. Cuando quien escribe entró al Círculo, ya éste era el medio para que los aires de reforma universitaria de Rodrigo Facio llegaran a Cartago. El año 58 ofrecimos un ciclo de conferencias sobre pensamiento contemporáneo, con los profesores Láscaris, Saumells, Olarte, Amighetti, entre otros. Láscaris fue un amigo permanente del Círculo, conducía hasta Cartago a sus colegas y oía sus conferencias, disfrutaba del café sencillo y cordial que ofrecíamos a los maestros. Años después, en el 63, ofreció Constantino una de sus mejores conferencias en la cátedra del Círculo: sobre el General Volio y su increíble vida, a la vez real y legendaria. La conferencia que tuvo más público fue sin embargo la de Salvador Aguado sobre Doctor Shivago, de Pasternak, obra famosa, que valió a su autor el Premio Nobel, y que recién el año pasado han podido leer los rusos.
Pero en la actividad cultural pública nunca tuvo la importancia de la amistosa y esforzada labor interna. Las sesiones se realizaban en el gimnasio del colegio, en un saloncito del Convento de los Capuchinos, o en la Biblioteca Pública. La hora de reunión, siete de la noche los sábados, era la más exigente, como exigente era también la máxima: si un miembro del Círculo tiene novia, el Círculo no pierde a uno de los suyos, gana más bien una. Ya era mucha libertad que una muchacha pudiera salir de su casa, fuera de los cánones ortodoxos, a la reunión de 7 a 9 p.m.. Ycasi libertinaje que fuera a Puerta del Sol a tomarse una cerveza de 9 a 10 pm., pero mayor atrevimiento, aunque no censurado, que brindara como lo hacíamos, por la eternidad del Círculo de Estudios. Las reuniones tenían un sabor pitagórico, de cierta superioridad esotérica, que le fueron ganando al círculo rencores y envidias, aunque nunca efectiva competencia. Y cumplimos con lo que decía Láscaris: que Cartago es la única comunidad pagana de Costa Rica, en el sentido etimológico de adoración de la naturaleza: mientras leíamos la Generación española del 98, redescubríamos con amor los rincones del Valle de Cartago, exaltábamos el verde de Coris y el de la Laguna de doña Ana, conquistábamos los bosques de Ochomogo, hacíamos nuestro el Reventazón de Tapantí, bendecíamos la floración de Tierra Blanca. Por su culto barojiano y su delectación en el Valle Inclán, sobresalía en este paganismo, localista pero generoso, Víctor Jiménez, hoy distinguido médico patólogo, pero aún más que nosotros, tan inconscientemente jóvenes, caminaban sin cansarse de pensar y enseñarnos Miguel Sturdza, el príncipe rumano en exilio, profesor de francés de gran cultura, apasionado por la metabiología, que vivía en Costa Rica como en tregua de la política mundial, narrada por él con furia quijotesca.
Para el Círculo el Cartago ideal, culto y hermoso, noble y alegre, era como la utopía de Platón: ese Cartago que más bien se ha ido alejando con el tiempo. Nos habíamos propuesto dos metas próximas: la transformación del Colegio San Luis Gonzaga en un liceo universitario de gran calidad, merced a su autonomía, y a la creación de una biblioteca pública de pleno servicio. La lucha sin cuartel que se libró por ambos ideales o quimeras merecería circunstanciada narración: borrascosas sesiones municipales, encendidos artículos en la prensa, enfrentamientos en el seno de la Junta del Colegio… Saldo: que el Círculo cumpliera su lema sin temores, que sus miembros maduraran más en la derrota que en la victoria, que el Colegio continuara sin novedad, que la biblioteca Mario Sancho ocupara un nuevo local, grande el año 63, ya muy pequeño hoy, cuando se anuncia su traslado a la Plaza de la Independencia y, así lo esperamos, su merecido engrandecimiento y modernización.
Discontinuas, las actas del Círculo de Estudios recuerdan los temas que, cual tesinas desarrollaba un candidato a asociado para ser admitido en el restrictivo cenáculo o para poder mantenerse en él: el universo de Teilhard de Chardin, discusión sobre El Diablo y El Buen Dios de Sartre, el estado hegeliano y su crítica por Marx, Don Juan según Gregorio Marañón, la metafísica de Antonio Machado, la finalidad en biología, las geometrías no euclídeas y centenares de asuntos interdisciplinarios, antes de la invención de este término. Máxima, pedante pero útil: un miembro del Círculo va a sus clases de colegio o Universidad, más preparado que el profesor, y lo que para otros es trabajo, para él es deleite.
La filosofía es el núcleo de toda auténtica cultura y fue, desde luego, el centro del Círculo, pero sus miembros siguieron las más diversas carreras y en su seno se discutía todo lo divino y humano. Y aunque no terminaría si anotara los nombres de los que, con mayor o menos constancia, fueron sus asociados, recuerdo ahora, entre los más asiduos, temiendo siempre cometer injustos olvidos, a Ramón Madrigal y Egennery Venegas (ambos de filosofía del derecho), Flor del Carmen Portuguez (biología), Manuel González (química), Jorge Araya (matemáticas), Isabel Quesada (economía), Haydee ? Garro (filología), Marco Castillo (sindicalista), Roberto Castillo (filosofía), Franklin Aguilar (agronomía), Rodolfo Watson (ingeniería civil), Ángela Valverde (filología). Aunque esto no se puede asegurar, mi opinión es que el Círculo tuvo principio del fin cuando se trasladó, como tantas personas y valores de Cartago, a San José. Sus últimos años conocieron, no obstante, una intensa actividad, en la que sobresalió el jurista y filósofo de la historia Jorge Enrique Guier.
Sin embargo, después de treinta y dos años, el Círculo de Cartago existe hoy, después de una metamorfosis, gracias a la perseverancia y singular vocación de Guillermo Coronado (historia y filosofía de la ciencia), quien de los primeros setentas ha ofrecido asilo, en su casa de Cartago, apoyado por su gentil esposa Nora, a un grupo de josefinos que hasta allá se trasladan a menudo para discutir temas de epistemología, o de ética, en relación con las ciencias y las tecnologías. De allí que, de alguna manera, cabe terminar estas líneas brindando por la eternidad del Círculo de Cartago” (Murillo, 1990, pp 197-200)
A mediados de los setenta, Roberto se refiere también a los círculos de estudios en Costa Rica. No solo al Círculo de Cartago y su historia, sino también al Forum Cartaginés, al Ateneo Universitario, al Círculo de Poetas Turrrialbeños, a la Filial de la Asociación Costarricense de Filosofía en la ciudad de Turrialba, al Forum Puntarenense y también a los Coloquios de la Escuela de Filosofía de ese entonces. Los relaciona con el espíritu de la conversación socrática y la mística, no la dogmática, sino la pitagórica. Además hace referencia a las publicaciones que se generaron a partir de esos círculos, como el caso de “Agora” y el Forum Cartaginés, o “Crátera” y el Ateneo Universitario, con sus dos y cinco números respectivamente. Aquí señaló la afinidad quijotesca con el grupo de don Teodoro y su Revista “Idearum”. No puede mencionar “Coris”, la Revista del Círculo de Cartago, pues, aunque se concibió desde los tiempos fundacionales (en los cincuenta) empezó su existencia real hasta 1997, esto es cuarenta años después de haber sido propuesta su creación.
En el ensayo de 1975, (Murillo, 1993, pp 73-75), titulado “Los círculos de estudios”, Roberto resume de manera maravillosa lo que sería una forma de comunicación y de vida filosófica. Dice así:
“En 1956 los estudiantes del Colegio de San Luis Gonzaga (Cartago) éramos pocos, nos conocíamos personalmente, sabíamos que el Colegio era la primera institución de enseñanza media del país, por antigüedad, y queríamos que lo fuera también por calidad. No era un colegio “elitista”, aunque sí semiautónomo. … Era público y mixto y unos cuantos estudiábamos con beca. Disfrutar una beca era un honor, pues no se lograba mantenerla ni como limosna, ni en virtud de “parámetros” socio-económicos, sino estudiando, Pero hubo un grupo al que no le satisfizo limitarse al régimen de estudios “formales”, con programas y exámenes, no porque pareciera pereza o indisciplina, sino por ambición cultural y por ese sentido de la competencia que hoy sólo se considera noble en el deporte, habiendo sido eliminado de la pedagogía. Lo que ese grupo realizó no era nada nuevo, pues se encuentra ya en los pitagóricos, en Sócrates y aún en tiempos anteriores: formar un círculo de estudios, un grupo donde se pudiera exponer, con familiaridad y libertad, lo que cada uno de los compañeros había pensado o leído, de manera que los compañeros pudieron opinar, contradecir, poner nuevos puntos de vista. !Qué difícil fue mantener la continuidad de aquel grupo, con reuniones todos los sábados por la noche, durante diez años, cuando precisamente aquella actividad no estaba de moda! !Qué satisfacción daban aquellos diálogos que el viento se llevaba, como los socráticos, y aquella mística de iniciados, como la pitagórica! Las excursiones de montaña, desconocidas en Cartago como lo fueran en Madrid… y la participación en organizar y dar vida a las bibliotecas de la ciudad –ya que no al colegio mismo– completaban el círculo de la amistad y el entusiasmo. En un ambiente provinciano donde todo lo que se saliera de las costumbres monótonas era objeto de burla y cuando mucho de ironía, el círculo de estudiantes auspiciaba conferencias, como se puede ver en la Revista de filosofía de la Universidad de Costa Rica.
Es indispensable evitar toda confusión entre los círculos de estudio donde se piensa y se habla, y cualquier dogmática, política o religiosa, de derecha o izquierda, de la iglesia vieja o de la iglesia joven, El círculo de estudios no tiene fines prácticos inmediatos y no puede ser un teatro de maniobras parlamentarias ni, menos aún, demagógicas, Puede sin duda un grupo de estudios orientarse predominantemente hacia ciertas ideas, pero éstas no serán nunca el misterio indefinido con que se excomulga a los herejes”.
Y Roberto fue siempre fiel a esta concepción del diálogo filosófico, tanto en sus lecciones como en su vida personal. Y en dicha concepción del quehacer filosófico, quien compila estos fragmentos de los escritos Robertianos, se formó en la filosofía tanto como en las aulas universitarias. Y por ello, recopilar estos fragmentos de Roberto Murillo, el “filósofo cartaginés”, el volver a leerlos en voz alta, es para mí escuchar nuevamente al Circulista, al Maestro, al Colega, al Amigo. Espero que también esa sea la experiencia de otros al enfrentarse con estas remembranzas en palabras de Roberto.
III.ALGUNOS HOMENAJES Y RECONOCIMIENTOS PÓSTUMOS.
En abril del 2004 se bautiza, con el nombre de Roberto Murillo el Miniauditorio de la Facultad de Letras. La propuesta original es del Prof. Manuel Triana, de la Escuela de Filosofía.
También en ese mismo año, en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, el 26 de mayo, con motivo del décimo aniversario de su muerte, se lleva a cabo un Simposio sobre el pensamiento y la figura de Roberto Murillo. Se presentan y discuten diez documentos. Tales documentos se publican en el número 105, 2004, páginas 125-171, de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica. El Instituto de Investigaciones Filosóficas, INIF, los tiene disponibles en su archivo digital de la revista. Los autores y títulos de sus textos se reproducen a continuación.
Manuel Triana Ortiz. “Roberto Murillo: maestro de vida universitaria”.
Sergio Rojas Peralta. “Don Juan o la diferencia ontológica. Homenaje a D. Roberto Murillo”.
Guillermo Coronado Céspedes. “Uno de tres. La cosmología en Tres temas de filosofía de Roberto Murillo”.
Ana Lucía Fonseca Ramírez. “Roberto Murillo entre paradojas. A propósito de los Tres ensayos sobre el Quijote”.
Álvaro Zamora Castro. “De Don Roberto, asuntos imaginarios”.
Roberto Fragomeno. “El Kant de Roberto Murillo”.
Mario Alfaro Campos. “Concepto y misión del filósofo en Roberto Murillo”.
Hernán Mora Calvo. “Roberto Murillo y los fines de la filosofía. A modo de homenaje póstumo”.
Luis Fallas López. “Más allá de la armoniosa luz y la desentonada oscuridad. En homenaje al maestro Roberto Murillo”.
Víctor Alba de la Vega. “Roberto Murillo tal como yo lo imagino”.
En 2014, en los veinte años de su partida, la Asociación Costarricense de Filosofía, el Posgrado de Filosofía, y el Instituto de Investigaciones Filosóficas, llevan a cabo una mesa redonda sobre su pensamiento y figura. Participan Roberto Castillo Rojas, Eduardo Rojas Arroyo y Guillermo Coronado Céspedes, bajo la moderación de Mario Alfaro Campos.
En el suplemento Áncora, del periódico La Nación, del domingo último de agosto, previo a la fecha de la conmemoración del XX aniversario de su fallecimiento, se publican dos textos sobre Roberto Murillo. Uno es de su hija María del Rocío y el otro de Ana Lucía Fonseca, bajo los títulos, “Veinte años sin el filósofo Roberto Murillo” y “La obra de un maestro. En la memoria de una discípula”, respectivamente.
IV.LIBROS DE ROBERTO MURILLO ZAMORA.
Comunicación y lenguaje en la filosofía de Bergson. San José. Publicaciones de la Universidad de Costa Rica. 1965.
La notion de la causalité dans la philosophie de Bergson. Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, # 23, 1968.
Antonio Machado. Ensayo sobre su pensamiento filosófico. San José. Editorial Fernández-Arce. 1975.
Estancias del pensamiento. San José. Editorial Costa Rica. 1978.
Tres temas de filosofía. San José. Euned. 1982.
La forma y la diferencia. San José. Editorial de la Universidad de Costa Rica. 1987.
Segundas estancias. Cartago. Editorial Cultural Cartaginesa. 1990.
Tres ensayos sobre el Quijote. Cartago. Editorial Cultural Cartaginesa. 1993.
Páginas escogidas. Roberto Murillo en la página 15. San José, Editorial Juricentro. 1993.
Referencias Bibliográficas.
(1)Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, San José, C. R. Volumen III, # 11, 1962.
(2)Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, San José, C. R. Volumen III, # 10, 1961.
(3)Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, San José, C. R. Volumen VII, # 23, 1968.
(4)Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, San José, C. R. Volumen IX, # 29, 1971.
(5)Revista Prometeo, #1, Heredia, Universidad Nacional, 197-.
(6)Revista Nacional de Cultura. San José, C.R., Universidad Estatal a Distancia, #9, Noviembre de 1990, pp 43-54.
(7)Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, San José, C. R. # 27, Volumen VIII, 1970.