En carta del 23 de noviembre de 1859, Thomas Henry Huxley (1825-1895) le transmite a Darwin su primera impresión de la lectura del Origen de las especies. Reconoce su gran valor y se declara “dispuesto a ir a la hoguera, si fuera necesario, defendiendo el capítulo IX, y la mayoría de los puntos de los capítulos X, XI y XII; y el XIII contiene muchas de las cosas más admirables del libro, pero en uno o dos puntos anoto un caveat hasta que pueda examinar más a fondo los pros y contras de la cuestión” (Darwin, 1984, 324). Esos capítulos tienen como título: De la imperfección del registro geológico, De la sucesión geológica de los seres orgánicos, Distribución geográfica, Distribución geográfica (continuación) y Afinidades mutuas de los seres orgánicos. Morfología. Embriología. Órganos rudimentarios.
Ahora bien, respecto del inicio del libro, a saber, los cuatro primeros capítulos ( Variación en estado doméstico, Variación en la naturaleza, La lucha por la existencia y Selección natural) Huxley apunta que está: “totalmente de acuerdo con los principios en ellos expuestos”, y agrega “Creo que ha descubierto usted una causa cierta de producción de las especies, y ha dejado a sus enemigos la onus probandi de que las especies no se originaron como usted supone”. (Darwin, 1984, 324)
En efecto, la estructura argumentativa del Origen coloca el peso de la prueba en los defensores de la inmutabilidad y creación independiente de las especies. Darwin no asume la obligación de probar la tesis contrapuesta, la transformación y ascendencia común de las especies, aunque reconoce muchas veces, antes y después de la publicación de su libro, que la mayoría aplastante de los naturalistas suscriben la tesis de la inmutabilidad y que él difícilmente ha encontrado naturalistas que acepten cuestionar tal inmutabilidad. En efecto, comentando la afirmación de sus oponentes que la idea central de su libro estuviera en el aire o que las mentes estaban preparadas para ella, Darwin afirma tajantemente:
“No creo que esto sea estrictamente cierto, pues a veces sondeé a no pocos naturalistas, y nunca di con uno solo que pareciera dudar de la permanencia de las especies. Ni siquiera Lyell y Hooke parecían estar de acuerdo, aunque me escucharan con atención”. (Darwin, 1984, 90)
En su carta, Huxley le escribe a Darwin:
“Confío en que no se dejará llevar por el disgusto o irritación ante la cantidad de malos tratos y tergiversaciones que, si no me equivoco, le esperan. Puede estar seguro que ha ganado la eterna gratitud de todos los hombres serios. En cuanto a los perros que ladrarán y gritarán, recuerde que, en todo caso, algunos de sus amigos poseen un grado de combatividad que (aunque usted lo ha censurado algunas veces con razón) le podrá ser útil. Me estoy afilando las uñas y el pico por si hace falta” (Darwin, 1984, 324-325).
Es decir, Huxley estaba dispuesto a contribuir con sus dotes dialécticas al servicio de la causa transformista, tanto desde el punto de vista destructivo, aplastando a los críticos, como constructivo, ampliando y aplicando la doctrina darwiniana.
Y, si solamente recordamos su enfrentamiento con el obispo Samuel Wilberforce (1805-1873), obispo de Oxford, en la reunión de la British Association for the Advancement of Science en la misma ciudad, celebada el sábado 30 de junio de 1860, es claro que Huxley cumplió con su ofrecimiento en el primer sentido indicado. En esa ocasión, Wilberforce atacó dura y falazmente a Darwin; en un momento dado preguntó a Huxley, en tanto defensor de la cauda darwiniana, si descendía del mono por parte de padre o de madre. Según el Honorable y Reverendo W. H. Fremantle (testigo de la sesión) Wilberforce habría formulado dicha pregunta de la siguiente manera:
“Me gustaría preguntar al profesor Huxley, que está a mi lado, y dispuesto a despedazarme apenas me haya sentado, sobre su convicción de que desciende de un mono: ¿le viene esa descendencia simiesca por la línea de su abuelo o por la de su abuela?” (Darwin, 1984, 353-354)
Huxley respondió:
“No consideraría una vergüenza proceder de tal origen. Pero sí me avergonzaría descender de alguien que hubiera prostituido los dones de la cultura y la elocuencia al servicio del prejuicio y de la falsedad” (Darwin, 1984, 354).
Para el estudiante John Richard Green (otro testigo) la respuesta de Huxley habría sido pronunciada en los siguientes términos:
“Afirmé, y lo repito, que un hombre no tiene por qué avergonzarse de tener por antepasado a un mono. Un antepasado al que sí me daría vergüenza recordar sería un hombre, un hombre de inteligencia inquieta y polifacética que, no contento con un éxito ambiguo en su esfera de actividad, se metiera en cuestiones científicas que no conoce realmente, sólo para oscurecerlas con una retórica inútil y distraer la atención de su auditorio del punto en cuestión con digresiones y hábiles apelaciones al prejuicio religioso”. (Darwin, 1984, 355)
Tiempo después, en junio de 1861, Huxley señala que Green captó mejor su respuesta; aunque rechaza haber usado el término “ambiguo” aplicado al éxito de Wilberforce en su carrera eclesiástica. (Darwin, 1984, 355)
Cuando recordamos las lecciones de Huxley y su libro Evidence as Man´s Place in Nature, 1863, donde plantea la aplicación de la teoría de Darwin al caso del hombre, tema que el mismo Darwin había obviado en su Origen de las especies (digamos que por precaución estratégica), constatamos que Huxley también culminó su disposición para defender la teoría transformista en el segundo sentido arriba indicado.
Referencia bibliográfica.
Darwin. 1984. Charles Darwin, Autobiografía y cartas escogidas, vol I,II, [paginación continua]. Selección de Francis Darwin. Madrid, Alianza Editorial.
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Guillermo Coronado