*Álvaro Zamora
De la analogía hecha a partir de aquella sustancia deliciosa[1] (que L´Agüela incluso consideraba curativa) pasamos a condensar la noción filosófica.
El vocablo español proviene del latin Substantia, utilizado por los medievales para la evocar la griega ousía (Ούσία). Ferrater informa que hay diferentes criterios sobre la primogenitura del término. Por ejemplo, R. Eucken (Geschichte der philosophischen Terminologie) la atribuye a Quintiliano; pero C. Arpe (Philologus) se la concede a Séneca. Según varios especialistas, en la antigua Grecia tien varias connotaciones; vgr.: lo que de suyo es una persona; aunque también denota –con aparente sutileza vocativa, aunque honda resemantización filosófica– algo propio en las cosas; que es por y para sí mismo esto o aquello.
Idea semejante sirve en la antigüedad para denotar el ser corporal real; es decir, el ente en tanto presencia contrapuesta a su representación cual imagen o ausencia.
Platón ofrece una concepción parecida, aunque con ambiguos matices: en Fedón indica el qué de cada idea y luego –con leve aunque significativo cambio de timón– en la República denota la cualidad esencial de algo. Esto último pareciera una simple redundancia, pues parece aludir al verde del verde. Pero, en realidad, el asunto alberga complicaciones muy interesantes desde el punto de vista ontológico, con notables consecuencias gnoseológicas. Sirva para ejemplificar tales dificultades un ejemplo: sería erróneo afirmar –al menos desde la República– que el bien sea la ousía de lo bueno, pues según Platón el Bien la trasciende.
Si, como ha sucedido en repetidas ocasiones, la idea de substancia se toma en el sentido de esencia, hay que darle seguimiento a extenuantes jornadas filosóficas que van desde la antigua Atenas de Platón hasta las universidades de Gotinga o de Friburgo, donde Husserl ejerció la docencia.
Tras un examen del concepto, Ferrater (1999, 2673) juzga que, entre los clásicos griegos, “solo Aristóteles dio al término ousía una importancia filosófica central”. Baste aquí recordar el concepto tal como aparece en un famoso inventario de textos aristotélicos, ofrecido por Andrónico de Rodas en el siglo I a.C. con el ambiguo pero enjundioso título Tα Μετα Tα φυσικά (más allá de la Física).
Esa obra se conoce, desde entonces, como Metafísica, y ha influido hondamente sobre la posteridad filosófica. Para el hispanoparlante resulta apreciable una edición trilingüe, debida a Valentín García Yebra (1970, 247). Ahí –Libro V, § 10– se encuentra esta definición: substancia se llaman los cuerpos simples, por ejemplo la Tierra, el Fuego, el Agua y todas las cosas semejantes, y, en general los cuerpos y los componentes de estos, tanto animales como demonios, y las partes de estos.
Lejos de la exactitud que parece alentar dicha explicación, Aristóteles abre ahí rutas al desconcierto. M. V. Wedin (2000, 167) advierte cuatro términos que en la obra aristotélica pueden reclamar el título de substancia: “la esencia (τὸ τί ἠ̑ν εἰ̑ναι), lo universal (τὸ καθόλου), el género (τὸ γένος) y el sujeto (τὸ ὑποκείμενον)”.
Además, en el referido Libro V (247), Aristóteles toma por substancias a “en general”, a “los cuerpos y los componentes de éstos, tanto animales como demonios [seres intermedios entre dioses y hombres], y las partes de éstos”. Él explica que todos ellos reciben la denominación de marras porque “las demás cosas se predican de estas” sustancias, no a la inversa. Pero, seguidamente apunta que, “en otro sentido, se llama substancia lo que sea causa inmanente del ser en todas aquellas cosas que no se predican del sujeto (cfr. 247). Es decir, la ousía también puede ser entendida cual esencia.
Para birlar ambigüedades, el oriundo de la antigua Estagira (Macedonia) propone una distinción entre la ousía primera (a la que entenderíamos propiamente como sustancia) y la ousía segunda (con la denotación de esencia).
La primera ha de ser entendida, formalmente, cual entidad, pues remite al ente concreto (Danilo o María, el caballo, la mesa); entiéndase un existente real, del cual se puede predicar esto o aquello. Tal idea fue teorizada luego por los metafísicos medievales como subiectum. No se confunda tal uso del vocablo con la psicológica idea moderna de sujeto.
La segunda denotación apunta a algo secundario y, por eso resulta problemática, como se explica más adelante.
Ferrater (3397) resume la pluralidad significativa de sustancia en el aristotelismo, con sus ambigüedades y confusiones: “durante un tiempo se usó la palabra sustantia para οὐσíα” y para ὑπόστασις (hipóstasis: ser de un modo verdadero). Aunque podrían usar “substantia”, los pensadores medievales han preferido traducir la noción aristotélica de ὑποκείμενον (sustrato material) en un sentido análogo al ”vocablo sujeto” y referirlo al hombre individual, o al caballo, a la mesa y a cualquier individuo. Se trata de sustancias primeras en el sentido de que existen realmente[2]. En cambio, los nombres hombre, caballo o mesa no son realidades sustanciales, aunque pueden ser atendidos cual esencias: caballo es x, hombre es z, y así sucesivamente. El Libro V, § 8 de la Metafísica lo explica así: “la sustancia se dice en dos sentidos: el sujeto último, que ya no se predica de otro, y lo que, siendo algo determinado, es también separable. Y es tal la forma y la especie de cada cosa”.
Autores como Cramer y Ross, señalan que la sustancia aristotélica es algo individual. Como es irreductible ontológicamente, debe ser considerada cual concepto único de lo que no se halla en otra cosa.
Ross (1957) insiste dicha sustancia es anterior a cualquier categoría del ser, al menos en tres sentidos: 1. existencial, por ser independiente e incluir al objeto o ente total, sus relaciones y cualidades, las cuales, Inversamente, solo existen en una sustancia; 2. lógico, pues la sustancia no necesita de la cualidad para ser definida pero, inversamente, toda predicación categorial requiere de la sustancia. 3. epistemológico, pues gracias a ella se sabe qué es algo y ella se conoce antes sus cualidades y su cantidad.
García Yebra refiere a la substancia como existente real o como entelequia, pero hay traductores que también la vierten al español como acto. No se profundiza aquí en ello, para evitar desviaciones por caminos de la teoría de la traducción, de la hermenéutica o incluso de la reformulación medieval de la obra aristotélica.
La sustancia primera es, formalmente (es decir, en cuanto forma), la entidad; remite al ente concreto (Danilo o María, el caballo, la mesa) como existente real y del cual se puede predicar esto o aquello.
Según Aristóteles, nada existiría sin las sustancias primeras. Sobre las secundarias, advierte que son impropias; por eso podría objetársele el uso del mismo término para denotarlas. Es más, pareciera que las sustancias secundarias no encajan en la definición de sustancia como “causa inmanente del ser” (247) usada por el macedonio[3].
Esa sustancia secundaria obedece a cierto apuro para explicar raras determinaciones de lo que (ya) son las sustancias primarias. Si se buscara un ejemplo contemporáneo de eso, resultaría sugestiva la imagen de una feminista aristotélica. Ella explicaría que decir Agüela es mujer no significa que ser mujer deba entenderse cual si ser mujer fuera un componente accidental de L´Agüela. Accidentales serían hechos como que esa señora sea morena o que cocine bien.
Es decir, la feminista aristotélica afirmaría que el ser mujer de Agüela no es un accidente, sino una condición substancial secundaria, la cual carece de la primacía de aquella otra, denotada en la expresión ella es un ser humano.
Lamentablemente, en eso –como en otros temas metafísicos– los problemas desbordan a las soluciones. Por ejemplo, no debe confundirse la sustancia con la identidad, de la que Aristóteles también acuña dos acepciones. De un lado, pone la identidad accidental. Por ejemplo, en la expresión ese hombre es músico, el segundo término denota algo accidental del hombre. Pero ambos términos denotan de forma intrínseca, en ese caso, a dicho hombre músico. Es decir, se refieren concreta y específicamente a ese hombre –Danilo– que accidentalmente es mi amigo desde hace muchos años.
Con otras palabras: ser músico es algo que caracteriza cual accidente de ese hombre, a Danilo (que no es Álvaro, ni Mario, ni Guillermo). Pero hombre y músico se unen para predicar unívocamente hombre músico cual caracterización suya.
No obstante, el mismo Aristóteles precisa que su identidad carece del carácter ontológico que correspondería al sentido universal de identidad. Es que no todo hombre es músico. He ahí una verdad de Perogrullo, se dirá y así lo parece, pero en términos aristotélicos no lo es realmente. Por el contrario, la idea ha suscitado hondas polémicas a lo largo de la historia. Incluso Sartre –un pensador tan alejado de Aristóteles por siglos y por principios– opone al marxismo ortodoxo una idea parecida a esa[4].
Es tópico muy comentado que, para Aristóteles, lo universal existe de suyo en y por sí, mientras que lo accidental solo existe cual atributo de cada ente particular. No ha de extrañar, por tanto, que su Metafísicainvestigue las últimas causas del ser; al que considera trascendente y real. Lo accidental “se da en algo y se le puede atribuir verdad” (299). De hecho, un accidente puede caracterizar a ese individuo, aunque no esté presente en otro. Danilo es músico; también es amigo de alguien, es inteligente, es gordo. Tales accidentes lo caracterizan; pero ninguno de ellos es la ousía de ser hombre. Con otras palabras: hay individuos que, sin saber música, son tan hombres como Danilo. Pueden ser más delgados, más altos, más temerarios que él, pero igual son hombres.
También es accidental que Danilo haya llegado a ser músico; como es accidental que en su país haya un conservatorio o que por razones diversas (puramente contingentes) él haya sido motivado para estudiar música. O sea, “el accidente [ser músico] se ha producido o existe”. Pero –dicho con lenguaje del Libro V § 25 (300)– ser músico no es ser hombre en cuanto tal [ousía] sino en cuanto otro, pues las causas de que Danilo sea músico han sido azarosas. Es más, algo accidental puede ser “fortuito y ocasional”, algo que –como esa embriaguez de Juan– es verdadero en este “instante, pero dejará de serlo” dentro de unos minutos. (De Crescenzo, 1997, 120)
He ahí un sentido aristotélico del término accidente. En otro sentido –también contrapuesto al de substancia– se entiende “todo aquello que es inherente a algo en cuanto a tal sin pertenecer a la substancia” (301). No seguimos aquí otras particularidades de dicho término; nos basta evocar un aserto heredado por Aristóteles a la epistemología realista: no hay ciencia de lo accidental. (cfr. Libro XI, 530-597)
Resulta evidente que la referida noción de substancia es positiva. Con ella se alimenta gran parte del pensamiento medieval. En la denominada Modernidad, sufre transformaciones; y luego, entre los contemporáneos, decae por razones diversas. Sobre tales rumbos de dicho arcaísmo filosófico serán escritas otras Perspectivas. Mientras tanto, conviene visitar la cocina L´Agüela, para disfrutar de una suculenta pausa.
Bibliografía
Aristóteles (1998) Metafísica (ed. V. García). Madrid: Gredos.
_________ (s.f) Segundos analíticos (trad. P. de Azcárate). En:
Arpe, C. Substantia.En: es.scribd.com/document/319753512/C
De Crescenzo (1997) Historia de la filosofía griega. Segunda parte: de Sócrates en adelante (trad. J. Binaghi). Barcelona: Seix Barral.
Eucken, E. (1879) Geschichte der philosophischen Terminologie. En: es.scribd.com/document/167760258/Eucken-Rudolf-1846-1926
Ferrater, J. (1999) Diccionario de Filosofía (4 tomos). Barcelona: Ariel.
Parain, B. (ed.) (1984) Historia de la filosofía. La filosofía griega (trad. S. Juliá y M. Bilbatúa). México: Siglo XXI.
Platón (1949) La república (3 tomos) (trad. J. M. Pabón y M. Fernández). Madrid: IEP.
Ross, D. (1957) Aristóteles (trad. D. Pró). Buenos Aires: Sudamericana.
Sartre, J-P- (1979) Crítica de la razón dialéctica. Precedida de Cuestiones de método (trad. M. Lamana). Buenos Aires: Losada.
Weding, M. (2000) Aristotle´s Theory of Substance. NY: Oxford.
[1] Por un accidente del gusto, se hará referencia a esa –cocinada por L´Agüela– como sustancia; la otra será apuntada como substancia.
[2] Consecuentemente, se dirá, con Wedin (2000, 6) que, desde el punto de vista lógico, la denominación de substancia resulta adecuada para: “la esencia, lo universal, el género y el sujeto o aquello que subyace”. Wedin advierte, además, que el concepto de forma, en la Metafísica puede servir como el componente estructural que ha de tomarse como “sustancia de una sustancia
[3] Wedin (2000, 92-96) ofrece un extenso análisis sobre el estatuto de las pretendidas susbstancias secundarias, cfr. 6. The Status of Secondary Substances.
[4] Cfr. Cuestiones de método, II. El problema de las mediaciones y de las disciplinas auxiliares (Sartre, 1979, I, 53).