Carlos Darwin a Asa Gray: carta sobre evolución y teología*

*Guillermo Coronado

Carlos Darwin.  51 años

“Respecto de mi punto de vista teológico de la cuestión, siempre es difícil para mí.  Estoy aturdido.  No tenía la intención de escribir como un ateo.  Pero reconozco que no veo tan claras como otros, y como a mí me gustaría ver, las pruebas de providencia y beneficencia a nuestro alrededor”.   Darwin a Asa Gray, Down, 22 mayo de 1860.  

A medio año de la aparición del Origen de las especies se intensifica sobremanera la correspondencia entre Carlos Darwin (reconocido naturalista inglés) y Asa Gray (botánico de Harvard, gran defensor de Darwin en Los Estados Unidos).  

En mayo de 1860, aquel intercambio epistolar experimenta cierto cambio, pues pasa de considerar las objeciones a la teoría de la evolución para dedicarse a la selección natural y al aspecto teológico de la cuestión  El fragmento de la carta que interesa cometar aquí aparece cual epígrafe de esta Perspectiva. Se trata de la respuesta de Darwin a una  inquietud de Gray. Antes de abordarla, perfilemos la figura del interlocutor de Darwin.


Asa Gray, 1867

Asa Gray nace el 18 de noviembre de 1810 en Paris, una pequeña ciudad aledaña a New York.  Es el primogénito de una  familia que llegará a ser de ocho miembros.  A los 18 años se aficiona a la botánica; luego estudia medicina y obtiene su doctorado en 1831. Entre 1838 y 1843, escribe, en colaboración con su mentor John Torrey, la primera Flora completa de Norteamérica. Entre 1838 y 1839 realiza una extensa gira por Europa. Establece contactos con los más destacados botánicos de dicho continente, en especial con los de Inglaterra, Francia, Italia, Austria, Suiza y Alemania.  En Londres conoce a botánicos de prestigio, como con los Hooker, padre e hijo.  En 1851, durante otra visita a Inglaterra, Gray conoce a Carlos Darwin en casa de Sir William Hooker.  

            En 1938 Gray es invitado a formar parte, como botánico, de la nueva Universidad de Michigan; pero el nombramientno nunca se materializa.  Cuatro años después, 1842, es nombrado como botánico en la Universidad de Harvard.  Trabaja en el  Herbario de dicha Universidad hasta el final de su vida, en 1888.

            En 1848 contrae nupcias con Jane Loring, la hija de un abogado bostoniano. Ella colabora con él, tanto en su trabajo como en sus viajes. Cuando él muere, Jane escribe su biografía. El matrimonio no deja descendencia.  

            Asa Gray fue extremadamente religioso, pero ello no le impidió ser el gran portavoz del evolucionismo de Darwin en los Estados Unidos.  En esta tarea fue el gran rival Jean-Louis-Rodolphe Agassiz (1807-1873), un suizo colega suyo en Harvard; hombre polifacético que, como científico y naturalista hace significativos aportes a la anatomía comparada de peces, la paleontología, la geología y la glaceología. Agassi es considerado un experto en el movimiento de los glaciares. También es partidario radical del fijismo y del catastrofismo al estilo de Cuvier.  Según su enfoque, la aparición de nuevas especies es resorte de un acto especial de la divinidad; si bien acepta que las causas naturales pueden destruir  las especies, no acepta que tales causas puedan generar nuevas especies. 

            Asa Gray, por su parte, acepta la selección natural como el mecanismo de la transformación de las especies vegetales y animales. Pero, al igual Alfred Rusel Wallace, se niega a pensar que ese sea el mecanismo que rige al ser humano. 

            Gray conoce las ideas evolucionistas de Carlos Darwin después de Charles Lyell, 1797-1875 y Joseph Dalton Hooker, 1817-1911.  Por ello, en la primera exposición pública de las tesis de Darwin y Wallace ante la Sociedad Linneana de Londres (1858) aparece un fragmento de una carta de Darwin a Gray. Dicha carta que servirá para asegurar la prioridad temporal del pensamiento de Darwin sobre el aporte de Wallace a la teoría evolutiva.  Dicha carta está fechada en Down, la casa rural de Darwin, el 5 de septiembre de 1857.

            Pero, como se indica al principio de estas letras, nuestra atención no se dirige ahora a esa carta, sino a la otra, que Darwin escribe a Gray en 1860.  El fragmento que interesa dice al inicio:

Respecto de mi punto de vista teológico de la cuestión, siempre es difícil para mí.  Estoy aturdido.  No tenía la intención de escribir como un ateo.  Pero reconozco que no veo tan claras como otros, y como a mí me gustaría ver, las pruebas de providencia y beneficencia a nuestro alrededor.  Veo demasiada miseria en el mundo.  No puedo convencerme de que un Dios bondadoso y omnipotente creara deliberadamente los Ichneumonidae con la expresa intención de que se alimentaran con cuerpos de gusanos vivos, o que un gato tenga que divertirse jugando con ratones.  Y puesto que no creo todo esto, no veo que haya necesidad de creer que el ojo fuera expresamente diseñado. 

Asa Gray cuestiona a Darwin sobre el punto de vista teológico que se infiere a parttir de el Origen de las especies.  Darwin, en respueta, reconoce que la cuestión teológica le resulta difícil.  Es más, escribe que está “aturdido” con dicha temática.  No obstante, rechaza tajantemente que su intención fuera escribir dicha obra “ como” ateo.  

Darwin entiende muy bien que la sociedad de su tiempo no está preparada para un planteamiento que excluya a la divinidad cristiana. Más aún, él conoce bien una brutal reacción pública que se produjo, en 1844, debido a Los Vestigios de la historia natural de la creación, cuya autoría fue atribuida, posteriormente, a Robert Chambers (1802-1871), un escritor, editor y naturalista escocés. 

            Ahora bien, en la privacidad del intercambio epistorlar, Darwin reconoce que él, como la mayoría, “no tiene claras las pruebas de providencia y beneficencia a nuestro alrededor”.  De manera más directa, Darwin no ve la omnipresencia de un dios benefactor y omnipotente.  Por el contrario, “contempla demasiada miseria en el mundo”. 

            Como biólogo, recurre a dos ejemplos del mundo animal, el primero más poderoso que el segundo.  “No puedo convencerme de que un Dios bondadoso y omnipotente creara deliberadamente los Ichneumonidae con la expresa intención de que se alimentaran con cuerpos de gusanos vivos, o que un gato tenga que divertirse jugando con ratones”.  En efecto, estos insectos ponen sus huevos en los cuerpos de otros animales, como hormigas, orugas y  arañas para que sus larvas crezcan alimentándose del cuerpo vivo de sus víctimas.  Esas avispas de Darwin –como se les ha denominado posteriormente– representarían un plan o diseño de la creación obviamente no compatible con el Ser Superior bondadoso en grado sumo.  Por el contrario, sería evidencia de una creación aterrorizante,  muy alejada de aquel designio o plan de la naturaleza propuesto por Reverendo William Paley (1743-1805) en la Teología Natural (1802). El enfoque de Paley imperaba en ese entonces. Darwin lo conocía bien pues, más allá de toda perspectiva curricular, había dedicado mucho tiempo a estudiarlo duante su preparación eclesiástica en la Universidad de Cambridge. 

Avispa Caza Tarantulas
Avispa paraliza Tarantula
Avispa arrastra a la araña

Junto a ese primer caso de las avispas de Darwin está el seguno ejemplo, relativo a los gatos y los ratones parece inofensivo. Bien sabido es que, aunque el gato juega con los ratores, en muchos casos los deja escapar. Por eso, la acción parece ser solo una especie de ejercicio para futuras instancias de sobrevivencia.  

            Pero, para Darwin, lo significativo teleológicamente es que, en ambos ejemplos, se podrá asumir al diseñador tras el diseño.  O, desde otra de las imágenes fundamentales de la obra de Paley, al relojero tras el reloj.  Por ello, Darwin suelta de inmediato una tesis radical, a saber: dado que no puede concebir que los comportamientos de las avispas o de los gatos sean aceptables, tampoco ve “que haya necesidad de creer que el ojo fuera expresamente diseñado”.  

Se desprende claramente de el intercambio epistoral que Darwin con Gray está cuestionando una de las piezas fundamentales de la teología natural de su siglo.  Al mismo tiempo, está abriendo una temática para la teoría evolucionista, a saber, la necesidad de explicar la estructura del ojo.

            Pero debemos continuar con este somero análisis del texto de Darwin en su carta a Gray.  

Por otra parte, no puedo de ningún modo conformarme con examinar este maravilloso universo, y especialmente la naturaleza humana, y concluir de que todo es el resultado de la fuerza bruta.  Me inclino a considerar todas las cosas como resultado de leyes deliberadas en las que se deja que los detalles, buenos o malos, los determine lo que podríamos llamar el azar. Y no es que esta explicación me satisfaga en absoluto.  Estoy íntimamente convencido de que la totalidad de la cuestión es demasiado profunda para la inteligencia humana.  Lo mismo podría especular un perro sobre el pensamiento de Newton.  Que cada uno crea y espere lo que pueda. (Darwin, 350-351)

Darwin platea así tres consideraciones doctrinales importantes.  Primera:  no se puede ver al universo y a la naturaleza humana como meros resultados de la “fuerza bruta”.  Por el contrario, y esta es la segunda consideración, Darwin se inclina a considerar todas las cosas como el resultado “de leyes deliberadas en las que se deja que los detalles, buenos o malos, los determine lo que podríamos llamar el azar”.  Esa segunda consideración no lo satisface plenamente. De ahí  su tercera consideración: dicha cuestión está fuera del alcance de la inteligencia humana. 

Para ser precisos, según Darwin, para la inteligencia humana es inalcanzable la relación entre el universo y el Dios omnipotente y benévolo.  Por eso, dice que lo “mismo podría especular un perro sobre el pensamiento de Newton”.  Pero lo inalcanzable para la mente es la cuestión teológica, no la máquina del universo, cuyas leyes de funcionamiento, dinámico-mecánicas sí pueden estar sustentadas en la acción de Dios y ser comprensibles por la mente humana.

El fragmento de la carta a Gray finaliza con las siguientes palabras

Ciertamente estoy de acuerdo con usted en que mis opiniones no son ni mucho menos necesariamente ateas.  Un rayo puede matar a un hombre,  bueno o malo, debido a la acción excesivamente compleja de las leyes de la naturaleza.  Un niño (que puede resultar idiota) nace por la acción de leyes todavía más complejas, y no veo ninguna razón por la que un hombre, u otro animal, no pueda haber sido originalmente producto de otras leyes, ni por la que todas esas leyes tengan que haber sido expresamente determinadas por un Creador omnisciente, que previera cada acontecimiento y consecuencia futura. Pero cuanto más reflexiono, más perplejo estoy, como probablemente evidenciará esta carta.  (Darwin,  350-351)

Aquí es conveniente hacer, de nuevo, tres consideraciones .

La primera es que Darwin no considera que su planteamiento deba calidicarse, necesariamente, como de corte ateo.  Piénsese en el ejemplo de un rayo que mata a un hombre; sin importar si eso es bueno o malo, puede entenderse el hecho como consecuencia de la acción compleja de las leyes de la naturaleza.  Algo semejante puede afirmarse en el caso del nacimiento de un niño que eventualmente podría ser idiota.  En esos ejemplos hay dos hechos significativos en historia de la ciencia: 1- la biología es más compleja que la física y 2-Darwin desconoce las leyes de la herencia. Bien se sabe que precisamente  el segundo constituye el talón de Aquiles de la teoría darwiniana de la evolución por selección natural.  Por eso Fleeming Jenkin (1833-1885), ingeniero asociado con Lord Kelvin, ha podido acorralar posteriormente a Darwin en el tema de la herencia por mezcla. Frente al enfoque darwinianos sobre los efectos creativos de dicha selección, Jenkin opone la idea de que las diferencias individuales beneficiosas podrían diluirse en lugar de fortalecerse en el paso de las generaciones.  He ahí un asunto muy espinoso, al que podría dedicarse otra Perspectiva

Como segunda consideración, Darwin establece la posibilidad de que un hombre o un animal pueda haber sido causado por la acción de otro conjunto de leyes.  Tales leyes podrían resultar de la acción del Dios creador y omnisciente, que habría previsto todas las posibles consecuencias de las mismas.  Implícitamente, Darwin reconoce que su explicación del origen de las especies no supone un determinismo biológico radical.

Para cerrar tales reflexiones, y como tercer aspecto, Darwin reitera que un resultado de su labor genera cierta “perplejidad” creciente y no una clarificación o la certeza.  Por ello, la dimensión teológica de su teoría lo “aturde” completamente, como dejó sentado al inicio del texto aquí analizado.

Bibliografía.  

Darwin, F. (1984) Charles Darwin, Autobiografía y cartas escogidas, vol I,II, [paginación continua].  Selección de Francis Darwin.  Madrid,  Alianza.