Género y equidad*

*Álvaro Zamora

I. Ideologías de género

En diversos espacios se discute ahora si existe una “ideología de género”. Cierto es que se ha puesto en boga cierta noción acientífica de “género¨ y que han prosperado algunas ideologías concomitantes que merecen atención crítica debido a su impacto cultural, ético, político y legal.

Conviene asumir una actitud racional o al menos cauta frente a las posiciones –sean radicales o no– que se esgrimen en esos ámbitos. Las consideraciones criticas iluminar vacíos, equivocaciones o procedimientos de mala fe en estos temas; aunque inversamente  también podrían coadyuvar en los afanes de concordia y “paridad” que alientan algunos grupos. Para empezar, debe reconocerse que no hay una ideología de género sino varias.

La palabra “ideología” apunta en este caso a ciertos imaginarios sociales o a nociones variadas sobre los roles sexuales y sus correlatos. Por ejemplo, Benedicto XVI y otros cristianos han usado la expresión ideología de género  para denostar a sus adversarios; pero con ello también han afirmado sus creencias respecto a temas sexuales, de familia, de salud y educación. Entre otros problemas, el papa emérito y sus seguidores –al igual que sus oponentes– incurren en un presumible desacierto terminológico al usar el término “género”. El equívoco puede ilustrarse con el siguiente ejemplo: el ser humano pertenece al género homo, el cual incluye, entre otros, al extinto homo neanderthalensis y al homo sapiens. En ambas especies hay dos sexos (“quizá tres”, dirá quien incluye ahí el hermafroditismo). Desde antaño se sabe que tal hecho biológico no coincide siempre con los deseos, prácticas o inclinaciones de las personas. Es decir: hay más sexualidades en la humana existencia que sexos atribuibles a las determinaciones biológicas. Se impone así la probabilidad –quizá la necesidad– de adoptar acciones e ideas diversas en relación con el cuerpo propio y el ajeno, el rol sexualizado que cada cual desempeña y las conductas que en ese ámbito deberían ser reconocidas por el resto de los mortales. Sobre eso han coincidido o disentido los ideólogos tradicionalistas y los progresistas.

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Más allá del Nobel y de Bob*

*Álvaro Zamora.

A Mario Alfaro

La ignorancia o una confusión habitan en esta idea: sin estudiar ingeniería estructural y arquitectura, un buen albañil sería capaz de diseñar y construir un edificio como el Burj Al Arab de Dubai o al menos podría reparar aquel puente que los costarricenses conocen como El de la platina.

Quizá hay ejemplos que, inversamente, muestran la incapacidad de un letrado para emular la habilidad del técnico. Cierto amigo informa cómo unos trabajadores de su finca se burlaban del agrónomo recién graduado, cuando fue incapaz de voltear a un inmenso toro. El peón más viejo bajo de la cerca, tomó al cuadrúpedo por la enorme nariz y lo acostó entre las risas y los gestos animosos de sus colegas. Otrora, algunos trasgredíamos nuestras capacidades, cuando tratábamos de horadar una zanja jardinera o martillar un clavo como es debido. La abuela nos miraba desde el corredor; tarde o temprano advertía “m’hijo, te vas a lastimar”; de cuando en cuando invocaba palabras milenarias: “zapatero, a tus zapatos”.

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El Nobel de Svetlana Alexievich: ¿inesperada fisga?

Ciertas decisiones tomadas por los jueces del Nobel conducen a la perplejidad; pero, si bien se piensa, son coherentes con el mejor mundo posible concebido por Alfred Nobel. Los años han visto galardones de Paz otorgados a señores de la guerra; mayor acierto ha habido en las premiaciones destinadas a los científicos o a tecnólogos. En el ámbito literario hay otorgamientos y menosprecios que suscitan críticas.

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Significado y vivencias de la substancia ( I Parte)

La Agüela llamaba substancia a un caldo concentrado y espeso. Era de res o de ave: la carne y las especias cocidas en agua durante horas –muchas horas, según recuerdo– para extraerles lo más esencial de sí. En aquellos días la escribían con b, y algunos colegiales pensaban que tal grafía connotaba su alta concentración. Distinguían la substancia del caldo normal, de un consomé o de la sopita con que reanimaban a los enfermos porque –según aseguraban Agüela, la Tía Nelly y sus amigas– tras una cocción tan larga, aquella substancia era algo así como la verdad de la carne, del agua y del sabor. Es decir: pensaban que en aquel líquido delicioso estaba lo más puro o característico del animal y las especias. Una vecina llegó a contarnos que en la antigua Babilonia las cocineras convertían un buey entero en el puchero con que alimentaban al hijo del rey.

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