MILLENIUM: ESPEJO DE UNAS VIVENCIAS Y DEL ARTE*

*Álvaro Zamora

II. Una puerta brillante, las nubes, las sensaciones

Esta es la segunda de tres entregas. La primera (vcfr.er circulodecartago.org) se refiere al Millenium Park(Chicago), esta segunda vuela alrededor de la escultura Cloud Gate dispuesta en él. La tercera entrega se concentra en Crown Fountain, otra obra de arte situada en el lugar e incluye reflexiones finales sobre el parque y sobre nosotros.

This is the second of three installments. The first (cfr. circulodecartago.org) refers to Millenium Park (Chicago), this second flies around the Cloud Gate sculpture arranged there. The third installment focuses on Crown Fountain, another work of art located at the site, and includes final reflections on the park and us.

Cloud Gate parece un imán para personas porque, si el clima es propicio,  muchos visitantes de Chicago emprendemos caminata para ir a mirarla, a tocarla, a restregarnos en ella, a fotografiarla, a degustar simultáneamente de su reflejo y de los edificios que, imponentes, parecen habitarla. 

Atesoraremos por años esta vivencia: niños besando la escultura y hablándose a sí mismos frente al enorme espejo; hombres y mujeres extendiédole los brazos como quien pide afecto o comprensión. 

No importa la sexualidad de cada cual, todos parecen erotizados por la brillantez especular y –bien lo diría un fenomenólogo o un existencialista– por el sí mismo de sus reflejos: ajeno, inaprensible, extraño aunque parezca suyo.

Más alla de lo turístico o del sentido estético que pueda hallarse en esa revelación de nuestro tiempo, habría que festejar tanta tocadera. Como esa, ¡toda escultura debería ser manoseada! 

Una pintura solo reclama la mirada del otro y, generalmente pide que le den distancia[1]. Esa inmensa pieza de Kapoor, en cambio, atrapa al mundo y a cada cual; pide caricias, expande con su brillo manos y rostros, reinventa el sentido arquitectónico de lo circundante. Tal fenómeno nos ha obligado a transgredir la neutralidad analítica con que se debería dar cuenta de los aspectos objetivos y formales de la obra. No hemos podido evitar su invitación; o, si se prefiere, hemos sido compelidos, por ella, a meternos en su brillo para vivirla.

Cuando en 1954 Sartre vio lo que hacía Giacometti, advirtió de su escultura y de su pintura una dimensión extraña que no estaba en las obras: el vacío. Quizá, ciertamente, aquel escultor suizo sabía esculpir la nada[2]. Reflejado en Cloud Gate hemos visto lo contrario: Kapoor supo meter el todo en ese enorme Bean[3] de acero. 

Ese acero bruñido fue tratocado por el artista en exigencia y  en convocatoria multitudinaria. Más aún, Cloud Gate transgrede su materialidad para hacerse esencial en lo imaginario

En otras palabras: el acero –soporte material de la obra– ha sido subsumido por la acción imaginaria de El Arte. Parafraseando a Sartre, diremos que esa pelota de metal –compacta e inerte– se escenifica frente a todos cual remolino que nos transporta de lo real hacia lo ficticio. Es puro reflejo y a la vez  es el mundo, una revelación del cosmos. 

Sin el acero, la obra no existiría; pero ella no es aquel sino algo inaprensible. Ya lo sabíamos, claro, porque los museos están llenos de lienzos embadurnados de pintura que se nos ofrecen como caras y cuerpos, frutas, utensilios, paisajes. Los maravillosos nenúfares de Monet son, en realidad, solo un empate de pigmentos. Asistimos, imaginariamente, a su esencia y así mojamos la conciencia en sus aguas y disfrutamos de su entorno. Con Cloud Gate, Kapoor da un paso más atrevido, porque su oferta de mundo carece de pigmentos; es pura luz, somos nosotros. ¿Quién podría afirmar hoy, sin más, que lo imaginario no es real? 

Frente a Cloud Gate, la vivencia del turista se convierte en abigarrada fascinación para el filósofo del arte; también para quien intenta comprender las profundidades del alma humana.

Vivencias como aquellas, en el Millenium Park, desbordaron nuestra capacidad reflexiva. La experiencia fue tan rica, que una descripción emocional tampoco sería suficiente para definirlas. Seguramente un kantiano intentaría seducir nuestro entendimiento recurriendo a lo sublime; y los acólitos de Benjamin podrían esgrimir su noción de aura. Pero, aunque Cloud Gate nos dejó perplejos, nosotros negamos acierto –aquí y en otros escritos– a esas y otras nociones metafísicas[4].

Con su exigencia de ser magreada, y a diferencia de una pareja de indios a caballo (El Arquero y El Lancero[5]) que adornan una entrada del Grand Park chicaguino, Cloud Gate aporta juegos semánticos novedosos a la escultura de parques y de otros sitios públicos[6].

Aquellos indios no tienen el tamaño de Cloud Gate pero, dado que son dos y están frente a frente, sus dimensiones, desde un punto de vista semiótico e incluso hermenéutico, deberían incluir el espacio que los divide. Son dinámicos, evocadores, pero han sido dispuestos sobre pedestales altos; por eso están alejados de todos; son intocables, como los monumentos que hay en nuestros parques y en famosos sitios europeos.

A diferencia de esas esculturas ecuestres, Cloud Gate, pese a ser de las nubes, está muy cerca de todos y ofrece, como algo esencial, la capacidad para acercar el mundo y poseerlo; y así, ostentando su ambición cósmica, interactúa con la gente y viceversa.

Mientras nos acercábamos al lugar, vimos la obra de lejos; entre los árboles del parque. Se ofrecía cual pelota brillante que llamaba al espectador impaciente. En nuestra imaginación gritaba: ¡Apresuren el paso!

La voz ficticia llamaba desde el parque. Tal efecto es propio del arte; pero lo cierto es que esa y toda voz de su tipo siempre es la nuestra. No se trata de un truco inventado por el escultor de la obra; es una condición misteriosa del arte; un llamado que, aunque viene desde allá enfrente, nace en nosotros. Los fenomenólogos entendieron esa condición extraña y ontológica del objeto artístico[7]. Así que, desde cualquier ángulo del parque, resulta evidente que  Cloud Gate es más que una pelota o un enorme frijol brillante. 

La enorme pieza de acero inoxidable (10 x 20 x 13 m) pesa 98 toneladas. Fue concebida y realizada por Anish Kapoor, un ciudadano británico nacido en Bombay (1955); hombre educado según criterios tradicionales judío–indios. En la década del setenta, él se mudó a Londres y estudió arte ahí, en el Hornsey College of Arts y luego en la Chelsea School of Art Design

Para quienes abordamos asuntos artísticos y estéticos tales datos son, en cierta forma, determinantes[8], pues entendemos que ese perfil cultural de Kapoor (como el de cualquier artista) refleja parte de la Weltanschauung[9] que fluye y se ofrece en su legado escultórico–abstraccionista.  Para dar realidad a sus proyectos, Kapoor utiliza materiales diversos y quizá poco convencionales, como el hormigón, el vidrio, el acero e incluso el fieltro. 

El 1999, un grupo de coleccionistas, arquitectos y curadores de arte escogió Cloud Gate entre treinta propuestas escultóricas para ornar[10] el Millenium Park. La enorme pieza evocaría, entre otras vivencias, la fascinación ancestral por el mercurio. 

La obra fue construida por la empresa Perfomances Structures Inc. con múltiples placas de acero inoxidable que, pulidas prolijamente, no muestran rastro alguno de costuras o pegas entre ellas. A nosotros nos pareció un espejo infinito del infinito y, en tal sentido, mejor logrado que aquel mapa misterioso descrito por Borges el breve infinito de un texto[11].

Con menos razón que estulticia, la prensa llegó a equiparar la parte inferior de la escultura con el vientre de una cucaracha. Mejor aventura conceptual y poética hubieran sugerido mediante la comparación de dicha escultura con el ónfalo mítico que los antiguos griegos atribuían al centro del mundo. Pausanias[12] lo entendía cual símbolo o representación del centro cósmico donde se comunican los dioses, los vivos y los muertos. No ha de obviarse la posibilidad de vincular la inspiración de Kapoor a un misticismo parecido, aunque  moldeado con criterios y técnicas  contemporáneas. Intentar una lectura de la obra por esa vía podría resultar inspirador. 

Hay que considerar, desde luego, otras posibilidades interpretativas. Un turista acostumbrado a monumentos ecuestres y parques históricos podría pensar que la obra jamás podrá alcanzar la elevación estética del caballo que Da Vinci nunca pudo realizar, ni querrá reconocer en Cloud Gate la belleza del obelisco que visitó alguna vez en Europa, o el alcance simbólico de la famosa escultura que habita en una isla de Nueva York. Tras haber visto muchas esculturas en parques inmensos juzgará, posiblemente, que Cloud Gate fue engendrada cual ocurrencia mercantil o que se debe a una inspiración momentánea y oportunista, de esas con que algunos marchantes famosos han poblado salas y museos, o han seducido a inversionistas ignaros en cuestiones de arte. La verdad, según pensamos en presencia de la obra y ahora, desde la distancia que nos permite la memoria, es distinta. 

Cloud Gate proviene de una veta conceptual y técnica que Kapoor ha desarrollado por años con perseverancia y sólidez. Entre muchos ejemplos de ello, están Sky Mirror (2001) ubicado en Nottingham Playhouse y Vertigo[13] (2008)  Tall Tree & The Eye (2009) colocado en una isla dispuesta en el estanque exterior del Museo Guggenheim, en Bilbao.  El primero pareciera invertir el orden del cosmos mediante una superficie especular cóncava (6 metros) de acero inoxidable pulido. El segundo (4,4 x 13 x 4,4 m) es de acero inoxidable y carbono, compuesto por 73 esferas apoyadas en tres ejes y que reflejan el entorno de forma multiple, cual advertencia de que toda visión del mundo es efímera.

Más allá del gusto que su presencia gesta en el visitante del Millenium ParkCloud Gate puede comprometer al hermeneuta como al fenomenólogo e incluso al estructuralista, al positivista lógico, al metafísco; y tanto como al historiador del arte como al de la ciencia y la técnica[14]; también al ingeniero especialista en materiales. Quiza en presencia suya, un acólito del psicoanálisis pueda aportar líneas para que el crítico de arte juegue con su ingenio textualizador.[15]

Nosotros[16] y quien nos lee podríamos extender un reflejo propio en la obra más allá de este texto. Hemos querido matizar al título con esa pretensión que, en cierta forma, también es un llamado a la subjetividad del gusto[17]; o, si se prefiere, una remisión a la vivencia provocada por escultura tan poco convencional[18]

De Cloud Gate han hecho millones de copias en miniatura para ser vendidas y usadas como llaveros o adornillos, de esos que el turista compra para acordarse del lugar o para llevarle a familiares y amistades. He ahí lo que, parafraseando lengua cinematográfica común podría entenderse como un tema colateral

Menos cómica que interesante, dicha argucia reproductiva merece atención antropológica o sociológica, e incluso históricista. No podemos dedicar espacio aquí a tantos enfoques (o lecturas), pero invitamos al lector para que los considere, pues conforman propósitos que seguramente el artista nunca imaginó, pero que resultan tan esenciales como instructivos en relación con la obra, y tanto así con lo que somos y con la forma en que construimos nuestro mundo. Walter Benjamin[19] (cfr.2023) intentó comprender una arista de tal reproductividad; pero evidentemente el fenómeno se abre en direcciones que desbordan su esfuerzo[20]; todas llevan hacia algún rincón de la humana condición: ideología, racionalidad y mito, comercio e incluso la política. 

Distante conceptual y formalmente de Cloud Gate, encontramos en el Millenium Park[21] otra obra inmensa que nos ha dado materia para disfrutar y pensar: la Crown Fountain, sobre la cual discurrimos seguidamente.


[1] Prometo ese tema para el futuro de esta columna.

[2] “Irónico, desafiante, ceremonioso y tierno, Giacometti ve el vacío en todas partes” (cfr. Sartre –1977– Literatura y arte (trad. M. Scuderi). Buenos Aires: Losada, 270)

[3] Con ese apodo se refieren a la escultura muchos chicaguinos; el mimo Kapoor le da ese apelativo y con él da nombre a una lamentable copia (esa de 40 toneladas) que de Cloud Gate hizo para satisfacer lo que pareciera una envidia neoyorquina (se encuentra en el 56 de la  Leonard St.). El tema es interesante; rebasa las inquietudes de Benjamin sobre la reproductividad del arte en su tiempo. 

[4] Quien esto escribe enfrenta esas nociones y la problemática filosófica implicada en o por ellas en ¿Monna Lisa o la Nigüenta? de próxima aparición.

[5] El Arquero y El Lancero son las dos esculturas ecuestres de indios; fueron colocadas en la entrada Congress Plaza (Wels Drive y Michigan Ave.) del Grand Park chicaguino en 1928. La hizo Ivan Meštrović (1883–1962), un avezado escultor que nació en Croacia-Eslavonia y falleció en Indiana, USA.

[6] Ahorro aquí al lector consideraciones sobre enfoques como los de Gadamer o Eco sobre estos tópicos. No omito, sin embargo, tres recomendaciones teóricas que coadyuvarían en cualquier descripción o crítica del arte: de Gadamer resulta sugestivo, “La estética y la hermenéutica” –cfr. Gadamer (2001) Antología (trad. G. Ruiz). Salamanca: Sígueme–; de Eco, además de ese libro indispensable La estructura ausente (trad. F. Serra) Barcelona: Lumen) he hallado inspiración para  la comprender Cloud Gate en De los espejos y otros ensayos (2012, trad. C. Moyano; Barcelona: Debolsillo). Lo monstruoso y lo bello, de Rafael Ángel Herra (San José: EUCR), también puede ser metodológicamente muy original e instructivo.

[7] He dedicado atención al tema en Todo arte es desleal (EUNED, 1988) y en algunos pasajes de La moral es infiel (EUNED, 2022); en Monna Lisa o La Nigüenta (de próxima aparición) retomo el tema de manera más amplia.

[8] Sartre afirmó, en ¿Qué es la literatura? que el autor no debe ser comentario de su obra. Probablemente, tal idea tiene un sesgo intencional curioso y, en contexto, justificable; pero en general y con amplia visión, tal afirmación encuentra oposición en la obra del mismo Sartre, cuando él escribe sobre pintores y sobre Baudelaire, Genet, Flaubert, etc.

[9] Palabra alemana que puede traducirse como visión de mundo; pero que en filosofía y ciencias sociales suele usarse para denotar o connotar alguna forma específica e integral de concebir el mundo. En español suele ser equiparada con  la idea de cosmovisión; es decir, con cierta concepción que se tiene del mundo y a partir de la cual el individuo, la sociedad o una época comprende e interpreta la naturaleza, lo humano-histórico y,en general, todo lo que existe o se concibe; su alcance incluye el ámbito de las opiniones y de las creencias. El término Weltanschuung fue introducido con tal acento teórico por Whilhem Dilthey en su libro de 1914, Einleitung in die Geisteswissenschaften (traducido al español como Introducción a las Ciencias del espíritu). 

[10] Este es otro tópico interesante, que debemos abordar en columnas futuras. Se ha entendido mucha veces a lo largo de la historia del arte que lo creado para ornamentar ha de ser tomado como arte secundario. No pareciera que Kapoor quiso hacer una ilustración ni un adorno pero, en general, las esculturas contratadas por un comité, para transformar un espacio –para adornarlo– podrían ser consideradas, por su finalidad, como objetos determinados por su utilidad, más que por su ser­–arte–en–sí.

[11] Del rigor en la ciencia, cfr. Borges, J-L. (

[12] Romano originario del Asia Menor, Pausanias (110 o 115 a C.-180 a C.) fue el autor de la Descripción de Grecia (o Guía de Grecia), un libro dedicado a las costumbres y aspectos diversos de la cosmovisión griega; también fue conocido en su época como geógrafo, viajero e historiador. 

[13] Así, sin tilde, como sería en español.

[14] No me aparto de esta obra sin advertir, en relación con dicha historia, el placer que ha de sentir un historiador y un filósofo de la ciencia siguiendo los pasos del acero a través de las culturas y asumiendo que Cloud Gate sería imposible sin tal historia.

[15] Reconozco aquí mis limitaciones como crítico de arte, en el sentido de que una lectura sistemática de esta obra desborda y supera el espacio con que  cuento porque, parafraseando a Sartre, Cloud Gate constituye un centro irrefrenable de sentidos. 

[16] Insisto: soy el amanuense de un texto que nace y crece gracias a la compañía, comentarios y opiniones de mi familia: Gaby, Ricardo, Daniela y, desde lejos pero aguda en comentarios, Andrea.

[17] En tal sentido resulta siempre instructivo el criterio kantiano, según el cual el juicio de gusto nunca podrá ser universal.

[18] He sostenido reiteradamente que la manifestación textual del crítico de arte es el producto de un trabajo difícil y sistemático que –como en el caso del filósofo– implica el análisis objetivo del objeto (materiales, técnicas etc.), pero, dado que la función de tal objeto  trasciende lo que podríamos llamar su función cual ornamento de un parque,  también está en el tintero del crítico (y, por tanto, bajo su responsabilidad) la elección de vías teóricas para comprender la obra en contexto. El crítico de arte ha de ser siempre un crítico de sí mismo: reconocer los alcances y los límites de la interpretación; y abonar su visión –casi cual pensador ecléctico– con aportes interpretativos diversos e incluso contradictorios entre sí. Quisiera seguir todos esos caminos y advierto que en este espacio será imposible. No olvido invitar, sin embargo, a convenir con el Umberto de La estructura ausente en que 

[19] Cfr. Benjamin, W. (2023) La obra de arte en la era de su reproducción técnica (trad. S. Fehrman) s.l.: Alma.

[20] Un ejemplo de tal desbordamiento conceptual (entre otros) se halla en la posibilidad técnica o tecnológica de reproducir cualquier obra  artística (o de otro tipo) en tamaños, calidades y materiales diversos, e incluso en intervenirla con propósitos espurios. En tal sentido –y al tenor de la tecnología o de la mercadotécnia del presente– la propuesta de Benjamin, pese a distinguir acertadamente la reproducción manual de la reproducción técnica, resulta carencial en varios sentidos (desde su lectura del marxismo, hasta las consideraciones en cuanto la función reproductora en aspectos álgidos como la plusvalía o la eticidad involucrada en procesos de tal índole; inclñuyamos el abanico de temas que en este respecto abre la llamada inteligencia artificial). Abordo tema tan complejo en  Mona Lisa o La Nigúenta, libro de ensayos sobre estética que será publicado próximamente.

[21] Lugar preciso en dicho parque: Plaza AT&T.

Millenium : Espejo de unas vivencias del arte.

–a Ricardo y Daniela–

*Álvaro Zamora

El escrito tiene un propósito más descriptivo–vivencial que de comentario crítico–artístico[1]. Se pone a disposición de los lectores en tres entregas. La primera se refiere al Millenium Park (Chicago), la segunda vuela alrededor de la escultura Cloud Gate dispuesta en él. La tercera entrega se concentra en Crown Fountain, otra obra de arte situada en el lugar; incluye reflexiofinales sobre el parque y sobre nosotros.

This writing has a more descriptive–experiential propose than a critical-artistic commentary. It is made available to readers in two installments. The first refers to Millennium Park (Chicago), the second flies around the Cloud Gate sculpture arranged there. The third installment focuses on  Crown Fountain, another work of art located at the site; includes final reflections about the park an about us.

I. Un lugar, su nombre y unas vivencias

La voluntad que nos llevó a visitar el Millenuim Park no era igual a la que guía inumerables visitas al lago Michigan o a restaurantes y pizzerías de Chicago. Emprendimos su búsqueda convencidos de que, al par del ejercicio placentero y casi irreal del turista[2], ese lugar motivaría reflexiones sobre temas estéticos, arquitectónicos, humanísticos; acaso también alentaría en nosotros[3] algún interés histórico o ideas como las que fluyen en las críticas de arte.  Pretendemos ratificar tal creencia en estas líneas.

Empezamos con el nombre: Millenium ha servido para retar las intenciones hermenéuticas de algunos. He ahí un tópico que, si bien desborda la intención de esta columna, vale la pena iluminar brevemente. 

 El lector podría fascinarse con las implicaciones medievales de ese término que, en el presente, también porta denotaciones diversas; aquellas y las de ahora podrían motivar tesis académicas. 

Comprobamos, al llegar, un aserto que ha el tiempo me regaló Abuela: “más que un simple engaño o un embeleso momentáneo, la fascinación es una vivencia poderosa”. Frente al entorno y las obras que ofrece el Millenium Park, se impone un goce con ese carácter. 

Al principio, el panorama podría limitar la voluntad analítica en beneficio del placer contemplativo; pero, seguramente al tenor de la época, bastaban unos minutos para que los recién llegados recurrieran a la tecnología y, con ella, modificaran tal vivencia. No podría afirmar que los visitantes sustituyeran el contacto visual inmediato con una actitud racional; pero ciertamente muchos dejaban de ver el parque y se dedicaban buscar, en sus dispositivos electrónicos,  la información que circula en Internet sobre lo que habían ido a presenciar. Nos pareció que, en algunos casos, el tiempo dedicado tal labor secundaria era mayor que el desplegado para disfrutar realmente del lugar.

Acaso muchos apredieron, por esa mediación técnica, que  el término Millenium ha servido con premeditada arrogancia tanto a políticos como a pensadores post-modernos; también a una legión de influencers o de usuarios snobs de las redes sociales y a varios faranduleros. 

Junto a la expectación que motivan la arquitectura, las obras y tanta gente, nuestra memoria alberga todavía una curiosa vivencia de aquel momento: algunos visitantes disfrutaban más de su pseudo–lección virtual que del entorno. No pudimos evitar el recuerdo de los fanáticos que, presentes en un estadio, recurren hasta el vicio a un narrador radial que mal describe o explica lo que ellos están viendo. Confieso que eso nos produjo una sensación abrumadora: la de estar siendo arrastrados por aquel fluido temporal al que Heráclito nos condenó conceptualmete hace milenios. La mirada de hoy difiere, por razones culturales complejas, de la de nuestros ancestros. No hay excepción, toda sociedad o cosa pública se puebla con significados nuevos cada vez que la noria del tiempo gira.  

Probablemente, vivencias cuasi-metafísicas como las que se trasuntan en la relación ser humano–telefóno se adhieren a objetos y espacios públicos como una especie de plus semiótico específicamente contemporáneo. El tema –bien ambientado en el Millenium Park– podría servir para engarzar las investigaciones de historiadores del arte con las de quienes se interesan por la historia y la filosofía de la técnica, la tecnología y la cultura.

Con presunciones distintas, el vocablo Millenium ha servido para designar períodos de mil años aunque, más allá de su acierto descriptivo, tal uso ha motivado polémicas diversas. Y así –en latín– sirvió para bautizar a una radioemisora bonaerense y a una conocida serie de viñetas de DC Comics, a un celuloideochentero de ciencia ficción y a una serie de afamadas novelas (trd. española en Ed. Destino) que motivó películas suecas tituladas de la misma forma; las cuales, sin duda, superan en calidad a todos sus refritos comerciales estadounidenses. Millenium es el título de un álbum musical y de una canción famosa; lo es de un programa televisivo mexicano, de otro español y de un obelisco que puede visitarse en La Coruña. Con seguridad, el lector podrá agregar otros significados y connotaciones a esta lista. En todos los casos, pareciera atribuírse al término de marras una especie de sentido trascendental, mítico e incluso metafísico, aunque irracional y por eso, quizá, muy existoso comercialmente. Significa eso quizá que, como pretendieran varios fenomenólogos en los años 50s., Millenium se convierte por nuestra visita y la de cada cual en una especie de generador de vivencias; parte esencial de cierto entramado simbólico dedicado a una esperanza. 

De camino a ese parque se evidencia una condición básica de nuestra especie que, como a nosotros, mueve seguramente a quienes buscan el Partenón y la Muralla China. A pocos pasos del lugar, la esperanza de nuestros pasos mudaba sus matices con la evidencia de que el Millenum de Chicago, más que un parque, es un llamado a la perplejidad. Quizá también es un ejemplo de libertad, tanto de esa que ha prohijado ideológicamente la sociedad-escenario de Cloud Gate como aquella que fluye, cual ideal o concepto, en los libros de filosofía[4].

El Millenium chicaguino está considerado cual desarrollo urbano y zona para la recreación[5]. Por eso, quizá, en nuestras vivencias del día se inmiscuyó la idea de que las ciudades de nuestro país requieren de espacios como ese y  de políticos inteligentes que fomenten su desarrollo[6]

En cierta forma, la visita al Millenium se engarzaba así con inquietudes que por años han manifestado los trabajadores costarricenses del sector cultural y que –por ignorancia o paparruchada– los gobernantes han eludido constantemente.

La historia del Millenium Park resulta instructiva, no solo por tópicos de diseño e impacto social sino porque, para construirlo, sus gestores debieron superar problemas abrumadores[7]. En tal sentido,  lo que sentimos en el lugar sirvió para hallar paralelismos entre aquel famoso parque y La Sabana josefina, la cual mutatis mutandi debe enorgullecer a los ciudadanos costarricenses. En ambos casos, la inversión ideológica, artística, política y económica merecen estudio atento. Baste en estas líneas decir que, a semejanza del referido parque en Chicago, La Sabana representa un éxito de ingeniería y un valioso legado cultural. Como el Millenium Park, ha transformado el entorno urbano y hoy sirve a fines civiles importantes, bien justificados y muy variados. 

Pese su relevancia, no rastrearemos los aspectos arquitectónicos, civiles y citadinos del Millenium Park. Pero, como parcial juicio de gusto (es decir: vivencial, aunque no técnico ni conceptual), podemos afirmar que toda esa parte de Chicago es hermosa y está tan limpia como nuestro Parque Nacional, aunque sus dimensiones son mucho mayores y, a diferencia del nuestro, el personal dedicado a dar seguridad en sus predios es numeroso y abrumadoramente eficente. 

En ese parque hay dos obras de arte famosas,  a las que dedico los apartados que se sumarán e a este en próximas entregas[8]. Una es de acero inoxidable; como ya indiqué, se llama Cloud Gate (Puerta de las Nubes). La otra es Crown Fountain (Fuente de la Corona): dos grandes paredes animadas y separadas o unidas por una piscina de muy poca profundidad, oscura, larga y rectangular. El análisis y critica en ambos casos requiere al menos de un libro. Lo que sigue carece de envergadura tan amplia; ha de tomarse solo cual sugerencia, a la vez descriptiva y prospectiva. Quizá pueda advertirse en ella la emoción de quienes se enfrentan a lo extraordinario. Conviene aclarar, son embargo, que se intenta una lectura estética a partir de la pasión con que los románticos explicaban lo espectacular del arte. Aquí no vemos el fenómeno artístico cual padecimiento, sino como una emoción que existe a contrapelo de toda presunción metafísica o  determinismo natural. Más allá del objeto que la orienta, depende de nosotros, es nuestra responsabilidad. Aunque el crítico debe juzgar con pretendida neutralidad lógica o, a decir de algunos, con frialdad, confieso que, en lo escrito aquí me he atrevido a prevaricar en favor del arte.


[1] La primera columna de esta serie de trabajos, está dedicada a una exposición de Aquiles Jiménez y tenía otro sesgo; no obstante, en ambas (y en las que siguen) se mantiene el propósito de abordar aspectos diversos de la historia del arte, la cultura y la técnica mediante comentarios (descriptivos, informativos o vivenciales) y críticas de arte.

[2] El visitante es ontológicamente peligroso porque mira la ciudad con mirada ajena: lo cotidiano de millones (incluidas todas las historias reales de amor o de odio que se tejen con y contra la inmediatez citadina, y también las de satisfacción o necesidad, sobrevivencia e inserción social)  se convierte, por su acción miratoria en  novedad, en delicia o decepción. Pese a diferencias de clase y condición, el citadino autóctono, podrá sentir esa especie de mirada (habría que catalogar las miradas en especies) como espejo de una sala de belleza, pero también como agresión o imprudencia alienígena, y no solo porque el otro (turista o no) introduce en su cotidianeidad un asombro inusitado, sino también porque el visitante advierte belleza o fealdad ahí, donde él ya es mundo. Ese tipo de vivencias resulta fenomenológicamente instructivo en relación con la identidad, la auto-percepción y de todo aquello que desde Heidegger se connota con la noción de Dasein o que, con Husserl y Sartre se denota con el término situación.

[3] Aunque el uso de la tercera persona podrá ser tomado como recurso retórico, es decir, innecesario, impreciso quizá, quien escribe lo justifica porque las vivencias que dan vida a estas líneas fueron lugar compartido con mis hijos y mi esposa.

[4] Cierto es que, mis vivencias de ese día en el Millenium Park incluyeron –quizá por manía profesional– pensamientos de esa índole. Autores costarricenses han desarrollado el criterio de que ambas concepciones de libertad se contraponen. No obstante, en varias oportunidades ­he señalado (con enfoque fenomenológico ampliado) que, en realidad, ambas se complementan, pues son aspectos de un mismo fenómeno y –más aún– que ha de incorporarse a ellas, dialécticamente, la imposibilidad de concebir ambos énfasis sin entender que la libertad solo se ejercita en medio de la determinación y que tal ejercicio es ineludible, y así sus consecuencias.

[5] Foto de SherhiiCurucky/Alamy (https://www.chicagomag.com/chicago-magazine/june-july-2024/the-making-of-millennium-park/

[6] Sin ánimo partidista, podría dedicarse aquí un espacio a la figura histórica de Don Guido Sáenz, a cuyo tesonero carácter, a sus sueños, iniciativas y complejas gestiones debemos, seguramente, dos grandes parques josefinos, una orquesta sinfónica profesional y otras señeras concreciones culturales.

[7] No solo los consabidos problemas de diseño e ingeniería, a los que el lector puede dedicar una investigación. La historia del Millenium Park es interesante y compleja; no se aborda aquí por razones de espacio y porque el tema que nos interesa no es arquitectónico ni urbanístico propiamente, sino que está dirigido a las dos famosas obras que habitan en ese lugar. Tampoco se dedica atención aquí al Jay Pritrkey Pavillon que el arquitecto Frank Gehry diseñó para el parque. Se sabe que, desde hacía tiempo, el ayuntamiento quería rediseñar la zona; pero los derechos de uso (no la propiedad) eran de la Illinois Central Railroad; así que el municipio no podía realizar sus planes (cfr. http //www.encyclopedia.chicagohistory.org). Tras arduas negociaciones, la empresa ferroviaria cedió y el Millenium pudo hacerse en una de las esquinas del antiguo Grand Park (201 E. Randolph St. Chicago Il, 60602). El financiamiento de la remodelación se calculaba inicialmente en unos 130 millones de dólares; pero conforme el plan cobró vida y creció en ambicioes, ese presupuesto se incrementó (aprx. 490 millones: cfr. urban-networks.blogspot.com/2011/07/chicago-historias-del-millenium-park-la.html). Se pretendía hacer la inauguración en el año 2000, lo cual, de forma simbólica, permitía justificar su bautizo. No obstante,  Millenium Park fue abierto al público hasta julio del 2004.  

[8] En La Sabana también hay arte verdadero, pero de eso daré testimonio en otra columna.

Aquiles, el jade y una exhibición sugestiva*

*Álvaro Zamora

A mi hija Andrea

Dispuestas de forma armónica en varias paredes, se encuentran poesías del escultor quien, desde hace décadas, cultiva ese género literario. Acaso el filósofo pueda encontrar en ese diálogo verbo-escultura un acicate para tender sobre la escultura aquella idea sartreana de que, a diferencia del novelista, el poeta usa la palabra como el pintor los pigmentos; es decir, no toma su referencia como signo de un aspecto del mundo, sino como su imagen1 . Me gusta pensar en la obra de Jiménez como poética-en-piedra; aunque ciertamente tal legado se alberga también en metales y maderas que ha esculpido anteriormente.
La colección está integrada por dieciocho piezas pequeñas; hay jades de distintos colores.
Del ideario de Jiménez me interesa resaltar, a propósito de esta muestra, la idea de que, como en tradiciones ancestrales, él materializa un ideal “profundo-oscuro” que se trasunta en el mundo Náhual. Por tal convencimiento encamina su imaginación, matizada –como él mismo advierte– por una extensa y febril vivencia en la escultura.


Jiménez le tiende al espectador un propósito idealista: “abrir las posibilidades del espíritu del JADE a la escultura actual”. Reconozco en ello una virtud que, con lenguaje aristotélico, entiendo cual noética tanto como ética. De la primera es reconocible un oficio exquisito, donde se unen aportes antiguos con el uso de herramientas y técnicas actuales. Es decir: al par de los ideales referidos, Aquiles Jiménez ofrece una dote técnica estupenda. Esa mención, más que justa es necesaria, pues la escultura en jade opone al artista o al artesano una resistencia inigualable, que a muchos escultores de prestigio –sea este merecido o infundado– podría desalentar sino vencer.


Todas esas esculturas merecen comentarios atentos; habría que destacar detalles que van desde los elementos de presentación hasta la depurada calidad de las bases sobre las que Jiménez coloca las esculturas. No ejercitaré aquí labor tan vasta, pero invito al lector a visitarlas, a degustar su belleza y a gestar su propio criterio sobre ellas. Aventuro, sin embargo, menciones sobre seis obras porque –sin desmerecer a las otras en forma alguna– por gusto personal me sirven para sugerir ideas relativas a la vocación del escultor y a la estética, que es un área de la filosofía donde he cifrado intereses por años. Confieso en ello, además, una voluntad egoísta, porque me sirvo de esta colección para ejemplificar mis ideas en torno a la crítica de arte, su función, su compromiso teórico, metodológico, moral y, en general, humanístico.

La Travesía Chälchihuitl Rax Abáj, de Aquiles Jiménez, se expone en nuestro Museo del Jade2 . Es una colección de piezas esculpidas en el material que da nombre a dicho museo. El artista defiende ahí criterios que alienta, con fundamento estilístico y depurada técnica, desde hace décadas. En este caso, el material se le ha ofrecido como un reto tanto como una urgencia, una especie de compromiso, una búsqueda. Vale aquí por eso perfilar, brevemente, al escultor; antes de hacer referencia a lo expuesto en la sala del Museo de Jade.
Conocí a Aquiles cuando, de joven, esculpía la madera bajo la tutela de Ólger Villegas. Era joven, callado, tan sincero y directo en el trato personal como en el propósito de dar excelencia a su vocación; también procuraba anclar sus conceptos adecuadamente, para defenderlos con su trabajo y su palabra. Pasados los años, acumuló jornadas largas, sistemáticas y bien cimentadas en el Conservatorio de Castella, en la Universidad de Costa Rica y luego en la Academia de Bellas Artes de Carrara, donde obtuvo su Licenciatura en Escultura.
Muy temprano, Jiménez se dejó poseer por el mármol y también cultivó amor por la talla de otras piedras duras. El jade las excede a todas en dureza3 y, probablemente, en la exigencia técnica y también en ciertas connotaciones espirituales. De ellas, algunas son milenarias, prohijadas en Mesoamérica y matizadas todavía con cierta magia y la fe en algo esencial que nos vincula con lo telúrico 4.
Este jade que trabaja Aquiles Jiménez no es aquella serpentina verde que en Oriente ha inspirado –también por milenios– leyendas y creaciones fantásticas. El material mesoamericano ¬–conocido como jaedita– es más duro que aquel, aunque la vista e incluso el tacto puedan confundir su naturaleza con la que sirvió a los chinos para manifestar su espiritualidad en obras exquisitas. Si bien el verde es su sino más conocido, el jade que trabaja Jiménez5 cuenta con más colores.
Volvamos a la exhibición. De la sala ha ocupado su curadora las paredes y todo el espacio6 . Ella y el artista incluyen un catálogo hermoso, al que puede accederse por vía digital. También conceden aspectos pedagógicos al visitante; por ejemplo: un vídeo permanente corre al lado derecho de la entrada, sobre la pared oriental: muestra al escultor en su trabajo. Hay bocetos de las obras, frente a los cuales el espectador puede advertir un rasgo del proceso creativo.

Senda al profundo silencio (60 cm x 32 x 15 cm) se me enfrentó como un ser vivo, casi un animal hecho de mitos, un poema dedicado lo telúrico. Encuentro la obra como oportunidad para invitar a la descripción fenomenológica y precisar con su ejemplo ideas de Kant, de Husserl y de Sartre sobre la posibilidad y alcances del juicio estético. Formal e imaginativamente se reconoce en esta pieza –como en otras– el definido estilo de Jiménez; también un reconocimiento de lo ancestral como una fuente de inspiración y, a la vez, como una prospectiva estética. Acaso de ello pueden inferirse connotaciones éticas. En tal sentido podemos decir que la obra es un llamamiento, no una espera. Anclada en sus raíces, parece advertirnos “que el porvenir no está labrado7” ; hay que asumirlo cual reto, análogo simbólicamente al de enfrentar la dureza del jade. La grieta cósmica ahí representada alberga algún secreto o disposición personal-cultural, porque quien conoce la trayectoria artística de Jiménez sabe que grietas semejantes habitan en otras piedras suyas y que ellas han motivado realizaciones diversas en jornadas previas.

Silencio interior (40 cm x 28 cm x 28 cm) podrá motivar a un freudiano para ejercitar sus métodos de análisis8 , pues al estro cultural de base se adhiere abiertamente otro –también fundamental– vinculado con la sexualidad, el erotismo y sus determinaciones. Coincide en la incorporación del agua –cual espejo y, a la vez elemento temporal– con otra obra: Silencio y luz (45 cm x 25 cm x 25 cm), una escultura compleja en jade verde, con incrustación de jade naranja, basalto y agua. Jiménez ha tomado con ello un riesgo: ambas obras requieren el auxilio atento de quienes cuidan la sala.

He corroborado con cierto asombro tal ventura: en la segunda obra referida, el agua se había evaporado parcialmente –por descuido de los encargados– y eso redefinía algo de su sentido y mensaje. Al secarse, el líquido-espejo se transformó en sedimento blanco; entonces la pieza tomó un rumbo inesperado: muestra de cierta decadencia, eventual destrucción humana del entorno. Se podría elaborar una consideración estética de tal hecho y aventurar incluso un motivo para hablar del devenir o de la responsabilidad del hombre con el ambiente. Un hecho simple, sorpresivo, no planeado por el escultor, pero en cierta forma grandioso. Es que tal accidente ratifica una vieja idea filosófica: cuando se termina, el objeto artístico deja de pertenecer al creador e incluso escapa de sus designios. Por eso, quizá, en este caso como en todos, la mirada del espectador actúa sobre la obra como gestora de nuevos núcleos significativos. Acaso la historia del arte es un repaso continuo de tal condición onto-antropológica.

Hay en la colección un Presagio de plenitud (30 cm x 21 cm x 09 cm) que, según me parece, motiva un asombro semejante al que habitaba en la filosofía de los antiguos griegos. Aquí solo puedo indicar, a propósito de ella, algunas vías de la mirada. El color, una grieta aparente del material, el grano con sus tonos; he ahí un filón fascinante, que un crítico avezado podría explotar con atención y placer. Otra veta: esos 30 cm de gloria tienden a lo monumental. No he podido evitar una imagen de esa pieza, agigantada y adusta, en un inmenso parque, como el que se le niega a los escultores costarricenses9 , pese a que las grandes ciudades nos muestran, día con día, los aciertos de tal legado. La forma, es decir, el yacimiento de lecturas que motiva ese centro de irrealización colectiva10 es enorme. El juego de lo posible atrapa así al espectador; ya no se trata solo en la dureza de la piedra y sus connotaciones, sino del mundo que por ella se revela, a la vez imagen y realización material. La obra comporta una femineidad fundamental, una esencia que permanece en el tiempo y en otras verdades. Esa escultura pareciera ser hermana de Mujer florida I (45 cm x 30 cm x 15 cm) aunque, como en las familias, sus derroteros y significados buscan otras metas. En este caso, el jade es verde y sus formas anuncian más lo humano que lo trascendental. Jiménez ha dotado a esa mujer de coquetería.

En mi criterio, también hay en ella alguna dosis de ingenuidad, aunque de un sino diferente al que confiesa Jiménez a propósito de su Sueño de lluvia (35 cm x 25 cm x 25 cm), un envidiable objeto que combina elementos de jade oscuro, acero inoxidable y basalto con su dominio del retrato (escultórico como dibujado). Se ofrece cual evocación lluviosa y de vivencias ancestrales. Evidentemente, otro testigo de ella podría contradecir tal enfoque, pues la pieza motiva –como todas en la colección– lecturas distintas, enriquecedoras más allá de las intenciones de Aquiles Jiménez.

La sala se hizo pequeña para mostrar esta colección. Hubiera sido conveniente abrir mayor espacio al eventual tránsito de los visitantes y, aunque el descuido con el agua en una de las piezas abre caminos al comentario y hasta enriquece el acto crítico, el hecho no debe haberse producido.
En el análisis podrían considerarse detalles que aquí no abordo, como la simplicidad que Jiménez da a los ojos de algunos personajes. Un dibujante tan excelso como él habría podido acentuar ese rasgo físico con mayor ahínco; aunque sobre juicios de esa monta vale recordar a Kant, porque ciertamente no hay aserto único ni apodíctico en tal respecto.
Para la reflexión o la polémica, repito aquí el convencimiento de que el legado de Aquiles Jiménez ostenta el mayor nivel técnico y conceptual de su generación escultórica. También subjetiva, aunque adecuada, es mi recomendación de visitar exhibición tan estimulante e instructiva.

Álvaro Zamora
Crítico de arte acreditado por AICA
Miembro del Censorship and Freedom of expression Committee, AICA Internacional

  1. Cfr. ¿Qué es la literatura?, en: Sartre, J-P. (1972) Obras: teatro y estudios literarios, 983-1168 (trad. A. Fernández y otros). Buenos Aires: Losada. De Aquiles Jiménez, en tal sentido, vale la pena citar su hermosamente editado libro Poética de la escultura (2015, 75 p.).  ↩︎
  2. Ubicado en San José: 13 bis. y Avenida Central. ↩︎
  3. Dureza: 7 – 7,5 en la escala de Mohs (propuesta por el geólogo alemán Friedrich Mohs (1773-1839), según la cual el diamante es más duro que el jade, pero más propenso a romperse. En comparación –y pensando en labores escultóricas– conviene recordar aquí que, en dicha escala, la dureza del mármol oscila entre 4 y 5. El uso artístico de ambos materiales ­–jade y mármol– merecerá atención en otra entrega de esta columna. Vale recordar que el jade mesoamericano, también conocido como jadeita (se encuentra solo en Guatemala) es más duro y escaso que el llamado jade oriental o nefrita (dureza 6 – 6,5) y que, además del verde, cuenta con otras tonalidades.  ↩︎
  4. Bien advierte Andrea Gätjens, la curadora, en el catálogo de la exposición que en el valle del río Motagua se halla uno de “los yacimientos más ricos del mundo”; luego agrega, con acierto,  que en Mesoamérica “el JADE constituía uno de los materiales más preciados, incluso más valioso que el oro; era considerado la piedra de la creación  y simbolizaba la vida, abundancia y poder. ↩︎
  5. Sobre su vida y su trayectoria preparo un texto que eventualmente será publicado en una revista. ↩︎
  6. La curaduría debería entenderse como un arte para ordenar y mostrar el arte; dedicaré en esta columna un texto al tema. ↩︎
  7. Cfr. Sartre (op.cit. , 1007). ↩︎
  8. Es una posibilidad metodológicamente seductora; desde luego, eso no anula la posibilidad  de entrar en la obra con otras herramientas conceptuales. ↩︎
  9. No deben olvidarse, sin embargo, la espantosa victimización que gamberros –apoyados el descuido institucional, ejercieron sobre el Monumento al agricultor (1978), de Francisco Zúñiga. ↩︎
  10. Sartre entiende el objeto artístico como un “centro real y permanente de irrealización”, es decir, un objeto al que se ha dado “la función de figurar un cierto no-ser”, como una mujer esculpida. (cfr. J-P. (1975) El idiota de la familia (trad. P. canto). Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo, pág. 153=. ↩︎

Significado y vivencias de la substancia

*Álvaro Zamora

Tercero

En algún restaurante o soda1 de mi adolescencia le agregaban agua hirviendo a la sustancia de pollo. Sospecho que sazonaban aquel exceso con ajos molidos, salsa Lizano2 y algunos pellizcos de comino. Con cierta ingenuidad –propia de quienes piensan que la bondad es un componente esencial del alma humana– creí, en un principio, que esa práctica tenía un propósito altruista: compartir aquella delicia con el mayor número posible de comensales. 

–¿Por Diosito, pa´ónde va este mundo?” –exclamó L´Agüela cuando se lo conté– ya ni con la comida son honraos… ¿Ónde están los principios que las mamas y las agüelas nos heredaron? ¡M´hijo, eso que le vendieron ahí no es sustancia de nada…¡es solo un caldillo!… ¡que ni se le ocurra volver a ese lugar!

Mutatis mutandi, la sustancia aristotélica sufrió algo parecido en la Edad Media. Le echaron más palabras de la cuenta; generó disputas metafísicas, inconsistencias teológicas, curiosos enfoques epistemológicos e incluso prejuicios inquisitoriales. No sorprende –por esa y otras razones– el criterio de quienes encuentran ficciones en la filosofía tanto como en la literatura3.

Entre los académicos de hoy el tema puede suscitar seminarios y la lectura de tomos enciclopédicos. Aquí solo se teje una austera motivación para visitar innumerables textos, dedicados por la historia filosófica a la noción de sustancia. 

En anales casi olvidados he hallado el curioso caso de Nemesio de Emesa4, un obispo católico que trató de entender la unión del alma con el cuerpo5. No sin pena o preocupación –supongo– comprendió que con concepción aristotélica –donde el alma se perfila cual forma del cuerpo– no le servía para explicar consecuentemente cómo se separan ambas sustancias tras la muerte. Acaso tal aprieto también le pareció insuperable en los predios platónicos porque, como bien advierte Guillermo Fraile (1960, II, 147), Platón había plantado que el alma “usa de un cuerpo como de un vestido” y, tal cual escuché una vez a L´Agüela mientras hablaba de un galán con sus amigas, el vestio no constituye unidá verdadera con quien lo viste.

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Agüela y Sartre in memoriam*

*Álvaro Zamora

L´Agüela nació en 1905 y su madre la premió con el nombre de Felícitas. Pasó la infancia en San Pablo, pero de joven se mudó a Heredia. Pasados algunos años, pudo comprar ahí una casa de adobes con fachada estrecha y largo patio. Ha de haber recibido ayuda económica de mi abuelo, un gamonal tuerto, que yo apenas vi una o dos veces. 

L´Agülela fue una trabajadora escrupulosa y exigente consigo misma. Practicó una fe católica simple, sincera e inquebrantable. Cuando ella cursaba los sesenta años,  me confesó haber querido terminar la escuela. Pero en su escuela solo daban lecciones hasta el tercer grado. Por suerte, desarrolló un placer enorme por la lectura. Antes de dormir, me leía Las mil y una noches, capítulos de El Quijote, los Cuentos de mi tía Panchita, algunos libros de Verne, uno de Wells, Pinocho y una colección de aventuras que mi madre le compró  a un vendedor de enciclopedias que pasaba por casa de cuando en cuando. 

L´Agüela era una mujer gruesa, fuerte y muy bajita; tenía la piel curtida, aindiada, oscura; su voz era incontrovertible, muy ronca. Parecía una mujer severa. Enfrentaba las situaciones con inesperada racionalidad, pero nunca negoció sus creencias ni sus principios. 

De ella aprendí valores fundamentales; también me enseñó secretos culinarios; aunque nunca fui capaz de reproducir sus cajetas de maní,  ni su picadillo de fiesta. Todavía admiro su vocación cínica por la verdad. Creo que mi primer contacto con la ética –es decir, con reflexiones sobre temas morales– proviene de sus explicaciones sobre dicha vocación. No llegó a los excesos del infame filósofo de Sinope, pero ella también despreciaba la ostentación y el derroche material. Si le regalaban un  vestido, lo guardaba hasta gastar (después de coserlo una y otra vez) los que tenia en uso: “Aprenda, m´hijito –solía decir– lo viejo guarda lo nuevo”. Para la celebración de mi bachillerato, ella estrenó un bello traje blanco que había comprado once años antes. 

Mucho antes de leer El existencialismo es un humanismo (por orden del profesor Ramón Madrigal Cuadra, en la UCR) yo aprendí de L´Agüela que somos lo que hacemos y que –aunque parezca inconveniente o peligroso a veces– es correcto y necesario ser honrado y defender la justicia. Por esas razones la invoqué cual personaje, décadas después, en un libro de ética (EUNED, 2008).

Jean Paul Sartre también nació en 1905 y de su obra he aprendido mucho. Como L´Agüela, él era bajo de estatura y pensaba que “no tenemos más que esta vida para vivir”[1]. Su paso por el mundo fue muy diferente al de Felicitas, sin duda; pero, como ella, defendió la mayoría de sus convicciones con ahínco, aunque,  a diferencia de ella, él fue ladino en sus relaciones amorosas y con varios de sus amigos.

Sartre –a quien, como a L´Agüela, he dedicado muchas páginas–  es uno de los filósofos más famosos del siglo XX. Suele ser recordado como existencialista, aunque su trabajo más importante es fenomenológico y de orientación marxista. Algunos lo consideran el último gran filósofo moderno, dado que en su obra reconsidera la idea del cogito. Se enriquece críticamente con la filosofía de Hegel, la de Kant, Husserl, Heidegger y con la obra de Freud. No obstante, va más allá de tales rutas, al dar sentido y perspectiva a una ideología compleja. Él la desarrolla  siguiendo al materialismo dialéctico, pero cree que dicha filosofía no debería eludir  el estudio de “la mediación privilegiada que le permite pasar de las determinaciones generales y abstractas a ciertos rasgos del individuo singular”[2]. En palabras simples, y parafraseando una famosa fórmula de Cuestiones de método [3], podemos decir que eso implica dar cuenta de L´Agüela desde dos perspectivas correlativas dialécticamente:  Felícitas es una mujer de extracción campesina, pero no toda mujer de esa extracción es Felícitas”. 

Vale recordar otra idea de Sartre que seguramente ella compartiría: “el hombre se elige en relación con los otros”[4].  Algunos han querido ver en esa afirmación de  El existencialismo es un humanismo un pecado metafísico con el que Sartre anula nuestras diferencias y –sobre todo– elude el problema de la violencia, la desigualdad, la alienación. En su legado literario y en ensayos filosóficos como Cuestiones de métodoCrítica de la razón dialécticaEl idiota de la familia¿Qué es la literatura?, Las palabras y varias obras póstumas, él ridiculiza tal interpretación. En su Autorretrato a los sesenta años resume así su verdadera posición: “una teoría de la libertad que no explique al mismo tiempo –como él hace en las referidas obras– qué son las alienaciones, en qué medida la libertad puede dejarse manipular, desviar, volverse en contra de sí misma” es una teoría que “puede confundir muy cruelmente”[5]

He ahí dos legados de moral que han moldeado mi existencia. Uno cercano y práctico; el otro es teórico. Las implicaciones de ambos se hallan en proceso. 

A cuatro décadas de la muerte del filósofo, dedico estas líneas a conmemorarlo, cual complemento teórico de muchas vivencias compartidas con Felícitas.

Cartago, abril, 2020.


[1] Sartre, J-P. (1972) Obras (trad. A. Bernárdez y otros). Buenos Aires: Losada. 955.

[2] Sartre, J-P. (1960) Crítica de la razón dialéctica (precedida de Cuestiones de método). (trad. M. Lamanna). Buenos Aires, Losada, 56.

[3]

[4] Sartre, J-P. (1977) El existencialismo es un humanismo (trad. V. Prati). Buenos Aires: Sur, 55.

[5] Sartre, J-P. (1977) Autorretrato a los sesenta años (Situaciones X) (trad. J. Schvertzman). Buenos Airs: Losada, 126.

Cocina, filosofía y Premio Magón*

*Álvaro Zamora

Es innegable que el patrimonio culinario (o, si se prefiere, la gastronomía) ocupa –desde la Antigüedad y más allá de ella– un lugar privilegiado en cada cultura. Se habla de la cocina china, la cocina mexicana o la cocina francesa como elementos esenciales que caracterizan a las naciones o a ciertas tendencias del gusto; son difundidas así por todo el orbe. Los grupos nómadas del Sahara también cuentan con una cocina propia, en Islandia y en la India disfrutan de platillos que yo no he aprendido a disfrutar. 

Cada país tiene su cocina, en la cual se incluyen, necesariamente, las cocinas regionales. Costa Rica, por ejemplo, cuenta con el gallo pinto de Santa Cruz (muy seco) que difiere bastante del que ofrece un conocido restaurante cartaginés (más húmedo, poblado con diminutos cortes de chile, cebolla, ajo y culantro). La receta del delicioso rondón que ofrece los miércoles un restaurante en la playa de Manzanillo no ha llegado a noticia de las cocineras de la emblemática Coopetortillas de Santa Cruz. Acaso esos y otros establecimientos merezcan alguna reflexión filosófica (como las de la periodista y filósofa Valeria Campos, del instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso). Merecen, seguramente  hasta un premio de cultura. 

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Mario Bunge en la memoria*

*Álvaro Zamora

Este martes 25 de febrero murió Mario Bunge, famoso erudito argentino radicado en Montreal, Canadá. Mi generación lo conoció por sus textos y en las lecciones de distinguidos profesores de la Universidad de Costa Rica, como Luis Camacho y Guillermo Coronado, o en diálogos con algunos camaradas de carrera, como Rodolfo Meoño y Agustín Fallas. Pasados muchos años, tuve la oportunidad de conocer al señor Bunge personalmente, durante su visita histórica al Instituto Tecnológico de Costa Rica. Creo que su partida reclama una amplia reflexión de nuestra parte.  Mientras tanto, pido al lector que tome esta  Perspectiva como un agradecimiento a dicho pensador.

Mario Bunge estudió física, pero sus mayores conquistas intelectuales, así como su fama, proceden de su labor filosófica. En 1957 fue nombrado Catedrático de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires; luego, en 1966, obtuvo la Cátedra Frothingham de Lógica y Metafísica de la Universidad de McGill. Fue distinguido con más de quince doctorados honoris causa y en 1982 se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. En el año 2009 recibió el prestigioso Guggenheim Fellowship y en 2014 el Premio Ludwig von Bertalanffy. 

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Significado y vivencias de la substancia (II parte)*

*Álvaro Zamora

De la analogía hecha a partir de aquella sustancia deliciosa[1] (que L´Agüela incluso consideraba curativa) pasamos a condensar la noción filosófica. 

El vocablo español proviene del latin Substantia, utilizado por los medievales para la evocar la griega ousía (Ούσία).  Ferrater informa que hay diferentes criterios sobre la primogenitura del término. Por ejemplo, R. Eucken (Geschichte der philosophischen Terminologie) la atribuye a Quintiliano; pero C. Arpe (Philologus) se la concede a Séneca. Según varios especialistas, en la antigua Grecia tien varias connotaciones; vgr.: lo que de suyo es una persona;  aunque también denota –con aparente sutileza vocativa, aunque honda resemantización filosófica– algo propio en las cosas; que es por y para sí mismo esto o aquello.

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Sartre, a 114 años de su nacimiento

Álvaro Zamora

Probablemente, el próximo 21 de junio pocos evocarán el centésimo décimo cuarto natalicio de Jean-Paul Sartre.  

La verdad, casi todos han olvidado un poco a ese pensador que, en sus mejores días, agitó el ambiente cultural parisino y provocó –diaria e inmisericordemente– a muchos filósofos, gobernantes y políticos, humanistas o científicos sociales, literatos, artistas y estudiantes. Las miradas del mundo se posaban sobre él, para alabarlo o difamarlo; sus razonamientos eran aducidos en medios diversos con incontables propósitos. 

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Etapas de la evolución de la tecnología*

*Álvaro Carvajal Villaplana

 

La historia de la tecnología se presenta siempre como etapas de desenvolvimiento. Puede que en algunos momentos esta historia se conciba como de ruptura, pero en la mayoría de los casos se presenta como un continuo. No existe una manera única de clasificar las fases por la que pasa dicha historia. Hay diferentes maneras de marcar sus periodos; algunos se establecen a partir del tipo de conocimiento; pero hay otros, como los que consideran los objetos o las máquinas características de cada período, o los que se ocupan de las fuentes de energía usadas, del contexto económico u otros tópicos. Aquí se presentan algunas de las clasificaciones más conocidas.

Por otra parte, el criterio histórico (por ejemplo, XIX, Revolución Industrial) no es determinante para marcar la distinción entre técnica y tecnología, ya que si se supone que la tecnología actual devino de un proceso histórico, el problema residiría en la dificultad de acotar el momento exacto del surgimiento de la tecnología, esto no niega la posibilidad de hacerlo a grandes rasgos.

Si bien, la mayoría de los autores afirma que la tecnología surge en el siglo XX, hay aquellos que disienten de tal idea o no coinciden con en considerarla como determinante. Para algunos la tecnología propiamente dicha aparece en la segunda mitad del siglo XX con la revolución electrónica; otros sitúan su aparición en la primera mitad de dicha centuria. Este texto sirve parta presentar algunas de estos enfoques.

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